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Marca personal sin vanidad

Por: María Benito
Ventresca de atún con tomate, aceite de oliva y migas de pan.
Ventresca de atún con tomate, aceite de oliva y migas de pan.

Algunos de nuestros cocineros han hecho gala de su marca personal, que ha servido no sólo para difundir las bondades de nuestra gastronomía, sino también para exportar la tan de actualidad Marca España, tal es el caso del más afamado chef español Ferrán Adrià.

Esta personalidad tan acusada utilizada como branding personal llegó incluso a provocar un duelo de titanes, como sucedió entre el mejor cocinero de todos los tiempos y el difunto Santi Santamaría.
Aunque también hay quien construye su forma de ser y de influir más cerca de la humildad que de la vanidad.

Recientemente asistí a un almuerzo sublime en el Kabuki Wellintong. Restaurante con una estrella Michelin y uno de los mejores establecimientos de cocina japonesa de España, aunque quizás sea encasillarlo demasiado porque practica una fusión con la gastronomía mediterránea que quita el sentido.

Acudí al restaurante acompañada de unos amigos hosteleros de Valladolid, cuyo cocinero tiene especial sensibilidad por este tipo de gastronomía y quiere aprender los cortes del sashimi. Por ese motivo, cuando hice la reserva pedí que nos situaran en la barra, a ser posible frente a uno de los grandes sushiman de nuestro país y alma máter del Kabuki, Ricardo Sanz. Fui especialmente educada y utilicé mi voz más dulce para conseguir esa ubicación, pero no me lo garantizaron. Sin embargo, me llevé una grata sorpresa cuando comprobé que mi solicitud había sido atendida.

Acordaron que yo tenía que elegir los platos a degustar y me dispuse estusiasmada -ya saben ustedes de mi pasión por esta cocina- a hacer una selección divertida y variada de la amplia oferta.

Como no pude disimular el grado de excitación, Ricardo Sanz se ofreció a hacernos él mismo el menú. Me encantó la idea y me trasladé de súbito a los restaurantes de Japón, donde en las barras de sushi te puedes dejar llevar por el exquisito gusto nipón y disfrutar sin pensar bajo el imperio de las emociones.

Y así fue, porque encima me dejó sugerirle que apostara sobre todo por el sashimi y que no faltara ni el atún toro, ni el erizo, ni la gamba roja. Todo un festival para los sentidos con fusiones antológicas como el Pargo a la bilbaína o el Sashimi de calamar con pan, metáfora de un bocadillo de calamares, o la ventresca de atún con tomate, que imita un pan tumaca, ya que el excelso túnido empapa las papilas gustativas tanto como el buen jamón ibérico.

Al final, y después de habernos recomendado un champagne francés artesano, de pago y menos conocido que las marcas habituales pero más competitivo en precio, lo que agradecimos disfrutando de una atípica variedad meunier; Ricardo Sanz se acercó a saludarnos para comprobar que el balance había sido positivo.

Mis acompañantes le agradecieron sus atenciones y le premiaron con alabanzas sus sublimes creaciones. Yo me levanté de la butaca, le apreté las manos y le dije que había disfrutado a fondo de sus geniales elaboraciones, y de su técnica, pero añadí: “lo que más me ha sorprendido es la falta de vanidad que adivino en su mirada y la humildad que atesora en su trabajo”.

“Muchas gracias, muchas gracias”, me contestó.

Sus palabras fueron sinceras, respaldadas además por una comunicación gestual muy superior a la verbal.

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