a

La hipnótica grandeza de la vida salvaje

Todavía hay lugares en el planeta que conservan el espíritu indómito de la naturaleza en estado puro, donde la contaminación de la globalización aún no ha dañado la esencia de un ecosistema frágil y perfecto fraguado antes que la humanidad; paraísos terrenales como Masai Mara, Serengueti y Ngorongoro, que recuerdan a los hombres el origen de la existencia misma
Mujeres masai con sus peculiares atuendos y abalorios.
Mujeres masai con sus peculiares atuendos y abalorios.

Luisa Alcalde

 

Inicio el viaje con el beso de una araña en mi labio inferior y estrenando el botiquín con una pastilla de Urbasón para evitar que mi boca adquiera la dimensión de la de los negros, aunque bien pensado quizá hubiera sido mejor mimetizarse con el entorno. Y eso que en mi primer día trasnocho en un civilizado hotel de Nairobi. La actual capital de Kenia, ciudad fundada por los colonos europeos a finales del  siglo XIX para conquistar una parte de África, fue elegida por su clima fresco y saludable y por la confluencia del ferrocarril que une Mombasa y Uganda.
Mi estancia en Nairobi -cuyo nombre en Masai Enkare Nairobe significa el lugar de aguas frescas- es de tránsito, porque al día siguiente vuelo en avioneta hasta el Masai Mara.

Vuelo en avioneta

La tierra es roja, salpicada de matojos verdes y horadada de estrechas cicatrices de arroyos secos. Desde lo alto, veo los primeros antílopes, un par de avestruces y un hipopótamo, todavía muy cerca de la urbe, donde a escasos kilómetros se encuentra el Parque Nacional lleno de vida salvaje. Más allá, aparecen diseminadas las construcciones de los masai, círculos donde cobijan a su ganado y albergan pequeñas chozas. A vista de pájaro, parecen vacías y quizás lo estén por la escasez de lluvias en plena estación seca, que puede haberles obligado a pastorear en zonas remotas, en un periplo nómada ancestral.
De pronto, el paisaje cambia y aparecen extensiones de pasto seco con alguna que otra acacia pintando el terreno pardusco de verde intenso. Más allá, el campo se torna feraz y los árboles abundantes. Vuelve a abrirse paso la sabana y al descender sube la temperatura de la avioneta.

Cocodrilos

Una zona boscosa surge en torno a un río serpenteante y veo más de una decena de cocodrilos en formación. Dudo de mi buena suerte inicial, pero al planear reconozco el perfil inconfundible de los reptiles descendientes de los dinosaurios. Aterrizamos en una pista cercana de tierra roja con excrementos de animales salvajes en los límites. Tomamos tierra y despegamos al menos cinco veces hasta llegar a nuestro campamento, a modo de taxi aéreo, dejando y recogiendo a otros pasajeros, casi para plantearse un cursillo acelerado de piloto. En el siguiente aterrizaje, un facóquero, hipopótamos y jirafas despiertan mi sonrisa.

Desde el cielo, también se distingue a varios masai con sus características túnicas rojas de cuadros pastoreando rebaños de ganado.

El jardín de la tierra madre

Despegamos de nuevo y ahora la llanura seca se prolonga hasta el horizonte. Volamos bajito y antílopes de elegantes cornamentas se muestran confiados.

Entre aterrizaje y despegue, apenas transcurren 10 minutos y sin embargo el paisaje cambia rápidamente. Los arroyos de chocolate concentran la zona boscosa y nuestra atención para ver elefantes e hipopótamos. Las acacias como parasoles ponen la referencia visual a las extensiones yermas. El tiempo se detiene en la sabana. Ya no me importa en qué parada abandonaré la avioneta. Agradezco la afluencia de viajeros porque ha propiciado un vuelo escénico más largo de lo habitual. Soy una privilegiada disfrutando de uno de los lugares más hermosos del planeta como sugiere su nombre: El jardín de la tierra madre.

Reserva Nacional Masai Mara

Creada en 1974 con una extensión aproximada de 1.500 kilómetros cuadrados, la Reserva Nacional Masai Mara es una de las más famosas del mundo por ser elegida por la mayor migración de vida salvaje conocida, protagonizada por los ñus en su búsqueda de pastos en plena estación seca. El viaje de más de un millón de ñus acompañados de cebras y antílopes desde el Serengueti al norte de Tanzania hasta el Masai Mara en Kenia está considera una de las siete maravillas naturales del mundo.

Nada más iniciar el safari (que significa viaje en el idioma suajili) y de camino al campamento, nos topamos con dos jóvenes leonas bebiendo agua de un charco del camino, que huyen despavoridas ante la presencia del vehículo. No puede ser mejor augurio, ya que no es fácil ver a los felinos tan cerca. Al poco rato una manada de búfalos, con varias crías y un macho viejo que presume de soberbia cornamenta aparecen tras los arbustos. De los 5 grandes (búfalo, elefante, león, leopardo y rinoceronte), es el más peligroso, sobre todo si está solo y se siente amenazado; ya que puede embestir incluso a los todoterreno, con un peso que llega hasta los 900 kilos.

Un árbol salchichero con enormes frutos colgando, que curan el mal de estómago, nos hace mirar al cielo para vislumbrar en lo alto a los buitres señorear su territorio. Impalas, gacelas de Thomson, facóqueros y alguna que otra jirafa adornan un paisaje abrupto.

Olengoti

El campamento de Olengoti está verde pese a la estación seca, porque hace 3 días llovió con fuerza. El río que lo rodea tiene agua suficiente para albergar a dos familias de hipopótamos. Llegamos a contracorriente, justo cuando un camión de turistas acaba de partir, así que estamos solos y nos han preparado una apreciada sorpresa para el almuerzo: una mesa frente al arroyo y sus retozones paquidermos.

Nuestro safari vespertino comienza con una majestuosa manada de elefantes comiendo raíces frescas que extraen de la tierra con sus trompas retráctiles. Las hembras adultas protegen con sus enormes cuerpos a las crías que sitúan en el centro. Se muestran confiadas y nos aproximamos para verlos muy cerca.

El apareamiento de los leones

Continuamos un poco más adelante y entre la hierba seca avistamos a un león de melena roja que sestea. De pronto, unos metros más allá, una leona se levanta y se acerca para insinuarse ante el macho. Lo hace de forma pausada y sensual. Es un ejemplar sano y hermoso. Y comienza el apareamiento, que apenas dura unos segundos. La leona desaparece bajo simba (león en suajili) y el macho con dulces ronroneos e intensos espasmos, que muestran su formidable musculatura, completa la cópula.

Pienso que también por esto debe de considerársele el rey de la selva. El cortejo de los leones dura varios días, durante los cuales se aparean cada 10 ó 15 minutos en un acto muy fugaz, pero de extraordinaria potencia, lo que deja al macho exhausto hasta la siguiente cópula.
Rebaños de ñus e impalas recortan su silueta en la luz del atardecer enmarcados por dos acacias a cada lado.

De regreso al campamento, aún nos espera otra estampa asombrosa. Camuflado en las hierbas doradas de la sabana, un guepardo que apenas levanta su cabeza de atleta para enseñar la nariz negra entre su cara pecosa. Mueve su larga cola para advertir con displicencia que hoy no se exhibirá. Otro día será.

Cazador de leones

Tras una reparadora ducha de cubo en la confortable tienda, saboreamos una excelente cerveza de la marca autóctona  Serengueti al calor del fuego de campamento bajo un cielo preñado de estrellas como lágrimas de luz. El director del campamento, un masai altivo y esbelto como un rey, nos narra sus hazañas como cazador de leones sin darse importancia y una bonita historia sobre la bondad de la alimentación de su tribu (carne, leche y sangre de vaca) y las plantas medicinales que conoce. Tiene la mirada como el ónix y pese a la obscuridad reluce su piel que deja ver la túnica roja de cuadros.

En la frágil y cómoda tienda de campaña, leo un capítulo de Memorias de África, mientras me acecha el sueño y despido mi mundo consciente con la escritura de Karen Blixen: “Un guerrero masai es apuesto. Estos jóvenes poseen, en grado sumo, esa forma peculiar de la inteligencia que nosotros llamamos chic; audaces y salvajemente fantásticos como son, siguen adaptándose de forma implacable a su propia naturaleza y a un ideal inmanente. Su estilo no es una manera asumida, ni la imitación de una perfección extranjera; crece desde su interior y es una expresión de la raza y su historia, y sus armas y sus adornos formaban parte de su ser como los cuernos de un ciervo…la manera de llevar la cabeza de los masai, con la barbilla apuntando hacia delante como si ofreciera su hosca y arrogante faz en una bandeja. También tenía la severa, pasiva e insolente actitud de los morani, que hace de ellos un objeto de contemplación como las estatuas, una figura para ser vista pero que no ve. Los jóvenes morani-masai se alimentan de leche y de sangre; tal vez esta dieta es la que les proporciona su hermosa suavidad y tersura en la piel. Los rostros, con los pómulos salientes y las prominentes mandíbulas, son lisos, sin una arruga o una estría, llenos; los ojos opacos, invisibles, están engarzados como dos piedras negras en un mosaico; en todo, los jóvenes morani parecen parte de un mosaico…El gran contraste, o armonía, entre esos rostros suaves y llenos, los cuellos poderosos y las anchas y redondas espaldas, con la sorprendente esbeltez de la cintura y las caderas, la delgadez de las rodillas y de los muslos, y las largas, derechas y musculosas piernas, les da el aspecto de criaturas entrenadas con una dura disciplina de convertirse en seres rapaces, codiciosos y ávidos en extremo”.

Durante la noche, la risa de las hienas y las sonoras pisadas de los hipopótamos alrededor de mi tienda se cuelan en mi mundo onírico, pero duermo confiada pensando en la cercanía de los masais.

Vuelo en globo por las llanuras

El sueño será breve. A las 4,30 nos vienen a buscar para volar en globo sobre el Masai Mara. En la explanada obscura, esperamos pacientes a que desplieguen los globos. Subimos a la cesta dividida en cuatro compartimentos, mientras se infla poco a poco de gas sobre nuestras cabezas. Ascendemos antes del amanecer para ver salir el sol sobre la sabana. Al alba, el astro dorado despierta la planicie inmensa sobre la tierra lisa. La quietud paraliza el tiempo y la vista se pierde entre los grandes rebaños de ñus, cebras y antílopes. Desde la altura, comprendes la gran migración. Una manada de hienas parece burlarse de nuestra insolencia. Queremos abarcarlo todo con nuestras cámaras de fotos y nos perdemos la esencia del ciclo vital. La belleza en estado puro, ante la mayor concentración de vida salvaje del planeta. Kilómetros de llanura que, como escribió Javier Reverte, parecen poner en duda la redondez de la tierra.

Descendemos y nos preparamos para aterrizar. La cesta del globo da varios botes hasta que se detiene apoyada sobre uno de los lados, lo que nos obliga a permanecer echados y agarrados hasta terminar la maniobra. Como colofón, nos espera un suculento desayuno campestre, en plena sabana.

Continuamos nuestro safari mientras el sol calienta el terreno pajizo y entre las hierbas altas descubrimos a dos leonas agazapadas. Las examinamos con curiosidad a distancia prudencial. Al poco, una se levanta para resplandecer con la luz dorada de la aurora. No quiere exhibirse, tan solo acercarse al resto de la manada que desayuna un ñu, con las vísceras fuera. Otro bello ejemplar se aproxima y de una dentellada desgarra aún más el ñu. Se dan prisa en devorarlo porque cuando regresamos a las dos horas son los buitres y las cigüeñas carroñeras las que limpian hasta el esqueleto.

Sé que tenemos la suerte de cara, porque aunque abunda la vida salvaje, no es frecuente que la naturaleza te regale tantas estampas hermosas en tan poco tiempo.

En la ribera del río Mara, una rebaño de ñus y cebras espera para cruzarlo. Descienden el terreno escarpado hasta la orilla para beber y tantear sus posibilidades de éxito, pero se muestran indecisos. El peligro acecha. Un cocodrilo se camufla entre las rocas de la rivera para atrapar su botín. Otro saurio desciende por el cauce con un ñu entre sus fauces. Se detiene ante nosotros para comer su presa. El rebaño no se atreve a cruzar, aunque hace varios intentos. Sin embargo, un par de ñus atraviesa el río en sentido contrario sin que se desencadene la tragedia. Pienso que en todas las especies, hay individuos que van contracorriente.

La gran migración

La gran migración, uno de los espectáculos de la naturaleza que aún hoy en día se puede contemplar, se produce en varias etapas. Más de un millón de ñus, cebras y antílopes, seguidos de felinos y carroñeros se desplaza del Serengueti al Masai Mara en los meses de junio a septiembre en busca de la lluvia y de los pastos verdes, que consumen por toneladas. En su periplo tienen que atravesar el río Mara donde les esperan los cocodrilos que aplacan su voracidad con la abundancia de presas al alcance de una dentellada. De noviembre a diciembre, la migración se produce en sentido contrario y desciende del Masai Mara al Serengueti; y entre tanto, entre febrero y marzo, es la época de los nacimientos. El ciclo vital en el jardín de la opulencia.

Seguimos el curso del río Mara, que más lejos desembocará en el lago Victoria, y en un recodo de la playa, una familia de hipopótamos descansa sobre la arena. Emergen poco a la superficie porque su piel púrpura sin vello no aguanta mucho expuesta al sol ardiente y se sumergen pronto.

Las acacias que silban

Regresamos a la sabana. Acacias solitarias silban al son del viento por las espinas horadadas como flautas por las hormigas. Sus ramas crecen en horizontal como parasoles. La quietud apacigua el paisaje y al fondo aflora una jirafa con su andar parsimonioso. Antes del picnic del almuerzo, hacemos una caminata por rivera del río Mara. Manadas de hipopótamos remolonean en la orilla. De pronto, decenas de ñus muertos son arrastrados por las aguas cocholate del río. Es una imagen dantesca.

En su migración hacia los pastos verdes de Kenia, han cruzado el Mara a cientos y en su desesperación por no perecer en las fauces de los cocodrilos se han aplastado unos a otros. Hay tantos que se quedan varados patas arriba contra las rocas y los buitres aprovechan para picotear sus vientres hinchados, mientras los saurios de las riveras calientan su ancho estómago ya saciado. La comida abundante y fácil alimentará a otros reptiles, alimañas y peces hasta desembocar en el lago Victoria. Así es el Mara, un río de vida y muerte. O como bien definiría Leopold S. Senghoer en una inscripción de una pilastra que delimita la separación entre Kenia y Tanzania:  “En África no hay fronteras, ni siquiera entre la vida y la muerte”.

El Lago Victoria    

Abandonamos Olengoti camino del lago Victoria en la frontera con Tanzania. Conservo la ilusión intacta por conocerlo desde que leí las historias de los exploradores en busca de las fuentes del Nilo. Es el espacio de agua dulce más grande de la tierra después del Lago Superior y ocupa un área de casi 70.000 kilómetros cuadrados entre los países de Tanzania, Kenia y Uganda.

Iniciamos el viaje muy temprano. Poblados de masais acogen los rebaños de vacas que han estado pastando en la reserva antes del amanecer. Las casas se rodean con una baya natural de una planta que aleja a los felinos, porque su savia lechosa les ciega si les penetra en los ojos. Los esbeltos pastores se protegen del frío de la mañana con sus matas de cuadros rojos.

Grupos de niños uniformados se dirigen a la escuela, cada uno con un leño, porque van a cocinar su almuerzo.

Continuamos siguiendo las quebradas de la Falla del Rift que delimita el parque. Impalas, gacelas, topís, facóqueros y un par de avestruces nos despiden. Caminos de tierra y piedras convierten el viaje en una montaña rusa. Atravesamos pequeños poblados y más adelante un pueblo más grande llamado Lolgoria, con hostal y club. El camino de tierra roja se ensancha y se alisa y podemos avanzar a más velocidad. Abundan las plantaciones de maíz sin mazorcas donde pastan las vacas, que de vez en cuando también ocupan la carretera. Los niños nos saludan al pasar, mientras las mujeres acarrean pesados bidones de agua.

Avanzamos y aparecen pequeñas plantaciones de banano y caña de azúcar. También tierras de boniatos entre eucaliptos. Las casas de adobe y tejado de uralita se mezclan con matojos de bosque bajo y algún que otro árbol candelabro. En los poblados, los plásticos y la basura de sus cunetas afean el paisaje más ondulado, alejado ya de las extensas llanuras del Masai Mara.

La grandeza de Tanzania

Cruzamos la frontera entre Kenia y Tanzania, camino del Serengueti. Tengo muchas ganas de conocer este extenso y bello país, desde que leí El sueño de África, donde Javier Reverte escribe: “Cualquier viajero puede afirmar, sin que nadie le lleve la contraria, que Tanzania es uno de los países más sorprendentes y hermosos de la tierra… Junto a las barrancadas abismales del valle del Rift, ante el soberbio trono del Kilimanjaro, en los bordes del cráter del Ngorongoro, en las sabanas salvajes del gran Serengeti y en las playas nacaradas de Zanzíbar, el alma acata con reverencia animal la grandeza del mundo”.

La frontera

Los trámites fronterizos son rápidos. Ahora la carretera es de asfalto y nuestro cuerpo bendice la ausencia de traqueteo del jeep. El panorama cambia. Se hace más abrupto, con colosales rocas que semejan construcciones megalíticas. También abundan los árboles candelabro. Cruzamos el río Mara. Sus orillas están llenas de juncos y papiros. Aquí es grande porque pronto desembocará en el lago Victoria. Ahí está, una inmensa masa de agua azul, rodeada de pequeñas montañas. Pienso en lo que debió de sentir el explorador británico Speke cuando lo vislumbró en 1858, tras el esfuerzo del largo viaje, que quien sabe si fue menor que la demostración ante su famoso contrincante Richard Francis Burton de que era el lago Victoria y no el Tanganica como defendió este último el origen de las fuentes del Nilo.

Cuando la vegetación se abre, observamos algunos pescadores capturando tilapia. Antes era un lago rico en pescado, pero debido a la gran contaminación que soporta solo se captura tilapia y carpa del Nilo, especie foránea que introdujeron en los años cincuenta y que es una de las causas de su gran deterioro, junto con el jacinto de agua. Sus habitantes tampoco se pueden bañar porque está afectando por el parásito de la Esquistosomiasis que se introduce en la piel de ser humano, viajando por el sistema circulatorio hasta el hígado y los intestinos donde se convierte en una enfermedad grave para la que no existe cura, ni vacuna.

La Isla de Lukuba

Navegamos por el Victoria camino a la isla de Lukuba, cuyo nombre significa el viento del lago. La travesía en una barca a motor es movida porque hay un poco de oleaje y recuerdo el grave naufragio que aconteció en estas aguas en 1996 cuando perecieron 800 personas por sobrecarga cerca de la ciudad tanzana de Muanza.

Al acercarnos a la isla, diviso nuestro lodge que está situado en una playa paradisíaca, donde sus bungalow se camuflan entre árboles frecuentados por monos caranegra. Grandes rocas graníticas confieren al paisaje un halo de misterio ancestral, mientras las olas de este mar interior le ponen música sincopada a la tarde.

Entre multitud de nidos de araña que envuelven las plantas, ascendemos unos pocos metros entre grandes rocas de formas caprichosas erosionadas por el viento para crecer por encima de las copas de los árboles y tener la mejor panorámica del ocaso. La vista de la isla en mitad del lago es única.

El dios eolo ha desprendido algunos de estos peñascos hasta situarlos como pequeños islotes pintados de excrementos de pájaro. El sol desciende poco a poco en la quietud de la tarde del empíreo. Se vuelve cada vez más anaranjado y las nubes se disipan para saborearlo con más intensidad, desde un mirador privilegiado encima de una gran roca a modo de altar. En los últimos destellos vespertinos, una pareja de águilas pescadoras regresa al nido sobre una acacia para mirar cómo muere el día desde su pedestal arbóreo. Obscurece rápidamente a orillas del lago. El cielo nocturno parpadea con las primeras estrellas. Las olas acunan mi sueño debajo de la mosquitera.

Los juegos de los monos

Los juegos de los monos nos despiertan al amanecer. Su dinámica actitud contrasta con nuestros lentos movimientos. De pronto, observo un diminuto murciélago recién nacido que aún conserva su cordón umbilical moviéndose angustiado en el suelo de la habitación. No sé qué hacer con él y le pongo en el alféizar de la ventana porque pienso que no tardarán en comérselo las hormigas. Fuera un insecto hoja y un ciempiés se pasean delante de mi puerta. Creo que veo una milésima parte de la vida animal que hay en la isla. Tras un suculento desayuno en el porche del hotel frente al lago, que compartimos involuntariamente con los hábiles monos, tomamos la barca para regresar, mientras nos despiden garzas y cormoranes que se calienta con el sol de la mañana.

Musoma

Desembarcamos en Musoma, un pueblo con mucha animación, donde sus mujeres van de un lado para otro con sus llamativos vestidos. Llevan a sus bebés a la espalda y transportan leña, agua y barreños con pescado. Cultivan las huertas a orillas del lago. Secan el arroz y los peces pequeños. Un colorido mercado ofrece puestos con tomates, mangos, boniatos y calabazas. Algunos hombres acarrean pesados sacos de carbón vegetal en sus bicis.

Camino del Serengueti pasamos por Nwitongo, el pueblo del primer presidente de Tanzania, Julius Kambarage Nyerere, considerado el padre de la patria, que estuvo en el cargo desde la conversión del país en república en 1962 hasta su unión con Zanzíbar en 1964, cuando cambió de nombre de Tanganica a Tanzania, y luego hasta 1985.
Muchos niños uniformados regresan del colegio. A la salida del pueblo, un cartel con una cuchilla dentro de un símbolo de prohibido advierte de que la ablación es ilegal, sin embargo sigue siendo una práctica muy extendida en África central. Pienso que en demasiados países del mundo es una desgracia nacer mujer.

Entramos en el Serengueti, que en masai significa llanura sin fin. Y es que su enorme extensión se pierde en el horizonte. No en vano, se trata de un área de 14.500 kilómetros cuadrados (superior a la superficie de la provincia de Burgos), protegida desde 1951, para conservar el corredor natural de la gran migración entre Tanzania y Kenia, que no entiende de fronteras.

De camino al campamento, situado en mitad de la sabana en el interior de la reserva, observamos hipopótamos que retozan en una charca, cerca de un cocodrilo. Cigüeñas carabú, águilas pescadoras, un ave martillo, avutardas y un secretario con sus simpáticas plumas a modo de cresta en la cabeza atestiguan la riqueza ornitológica del lugar. Una jineta llama nuestra atención y más adelante una manada de al menos 14 leonas dormitan bajo una acacia. Dos elefantes, jirafas, búfalos y avestruces completan la diversidad de la vida salvaje de este grandioso parque. Antes de llegar al campamento, nuestro safari nos regala una preciada imagen: un leopardo macho, sobre la rama de una acacia, contempla desde su singular atalaya los confines de su imperio. Es el felino más esquivo, y uno de los depredadores más difíciles de ver al tratarse de un cazador nocturno.

En mitad del Serengueti

El crepúsculo convierte al sol en una esfera incandescente que se esconde tras un montículo. La pradera amarillenta se pinta de naranja con la última luz de la tarde. En el fuego de campamento, las llamas de la hoguera evaden nuestros pensamientos. La noche se llena de sombras y de sonidos de animales. La vida salvaje empieza una nueva sinfonía que cautivará nuestros sueños.

Amanece y el sol despierta a las aves entre la hierba seca de la sabana. Vamos en busca de los termiteros porque es el hábitat de los guepardos, desde donde tienen una visión privilegiada de su territorio de caza. Las formas caprichosas de estos montículos nos engañan muchas veces, pero no cejamos en el empeño. Y al final, nuestra perseverancia tiene su fruto: Una hembra de guepardo con la cabeza erguida acompañada de tres crías. Son la belleza en estado puro. Su cuerpo estilizado y su hermosa piel moteada, salpicada de pelusilla en los cachorros, emociona y enternece. Nos acercamos para saborear la imagen, mientras el mamífero terrestre más rápido del mundo otea el horizonte en busca de antílopes.

Orgullo y majestad

Avanzamos, y el paisaje cambia. Aparecen islas de rocas en un mar de hierba, donde suelen descansar los felinos y en lo alto de una gran piedra, una altiva leona se calienta al sol. Entiendo su endiosamiento porque es de una belleza reverencial. Más adelante, pese a las hierbas altas, su larga melena los delata. Son dos augustos machos de león. Dos hermanos, cuya mirada destila orgullo y majestad. No hay duda de que es el rey de la selva. Nos acercamos mucho y un escalofrío recorre mi columna cuando me mira directamente a los ojos.

Damanes y mangostas juguetean entre las rocas. Un grupo de ocho elefantes se cobija a la sombra de una acacia de corteza amarilla. El camino de tierra zarandea y llena de polvo el todoterreno a cada paso. Una hiena cruza sin inmutarse por delante del vehículo. Topis e impalas salpican la sabana. Y de pronto, en un árbol salchichero un leopardo hembra devora una gacela. Su equilibrio encima de la rama es perfecto, mientras atrapa con las fauces el cuello del herbívoro para situarlo mejor entre sus garras. En uno de esos movimientos deja colgando de un tendón una de las patas del ungulado.

Por la tarde, el calor se intensifica en la sabana. Grandes manadas de elefantes se refrescan en el río y se embadurnan de barro y tierra que sacuden con su trompa. Las jirafas alargan sus cuellos para degus tar las hojas más tiernas de las acacias. Los búfalos pintan de negro la pradera, mientras las gacelas de Grant se cobijan a la sombra de los árboles siempre alerta para evitar sorpresas desagradables.
Los babuinos juguetean en la llanura, al son de los trinos de los pájaros de colorido plumaje.

Tormenta en plena estación seca

Al llegar al campamento, me doy una ducha de cubo. El agua la calienta un masai, cuya dignidad me recuerda a un antiguo monarca. Salgo fuera de la tienda para secar mi cabello al aire y ver morir el día en la sabana. A lo lejos las nubes se tornan obscuras y el viento sopla cada vez con más fuerza. De pronto una tormenta insólita atraviesa el Serengueti en plena estación seca. La lluvia, siempre bendecida en África, aplaca el fuego de la tierra. El olor intenso a barro húmedo perfuma la llanura infinita en las postrimerías del día. El masai llamado Good Luck que viene a comprobar si la ducha ha ido bien, me dice que somos portadores de la buena suerte porque hemos traído los chubascos. Le sonrío y como está aprendiendo español, le digo: “agua para la sabana” y él lo repite con la cadencia de una hermosa canción tribal. Pronto será noche cerrada y llegará el tiempo de los murmullos misteriosos de las tinieblas, un idioma enigmático y desconocido que se enreda con el sueño.

Amanece. La luz de la mañana cubre de oro la sabana. La lluvia de anoche limpió de polvo los caminos. El aire puro y frío como un río impregna de rocío el pasto. Observo ensimismada cómo el tiempo se congela. A la salida de la reserva, donde hay un lugar para hacer un picnic, cuelgan de un árbol unos trapos azules y negros con veneno para atraer a la mosca tse tsé, y recuerdo cómo el día anterior estampé con mi zapatilla a un ejemplar que entró en el todoterreno. Este insecto puede contagiar la conocida como la enfermedad del sueño, una patología parasitaria que se multiplica en el sistema sanguíneo y linfático hasta invadir el cerebro. Aunque puede tener tratamiento, la tripanosomiasis humana africana es letal y comienza con úlceras en la piel y episodios de fiebre alta, para cambiar el comportamiento del individuo afectado mostrándole irritable e impredecible, con grandes periodos de somnolencia.

De camino al Ngorongoro, pasamos cerca de la Garganta de Olduvai, conocida como la cuna de la humanidad, porque se han encontrado muchos fósiles y las más antiguas herramientas descubiertas hasta la fecha. Los restos humanos más longevos se remontan a 1,8 millones de años. En las descripciones del Ngorongoro siempre se le compara con el jardín del Edén; y parece que no solo por la vida salvaje que alberga, sino también por su proximidad al origen de los primeros homínidos. Emociona pensar que en este lugar el hombre dejó de ser un simio.

Los ritos masais

Avanzamos por una carreta pedregosa que vuelve a hacer omnipresente el polvo dentro del todoterreno. El viento juega con la aridez de la estepa formando remolinos a modo de pequeños tornados. Acacias arbusto adornan un paisaje casi desértico. Vemos a dos jóvenes masais con la cara pintada de blanco como una máscara, que maquillan cuando se les ha practicado la circuncisión para pasar a la edad adulta.

Ascendemos por las laderas externas del Ngorongoro, cuya parte más alta se sitúa a 2.600 metros sobre el nivel del mar. En la subida, nos detenemos en un poblado masai para hacernos una idea superficial de su modo de vida. Bailan para nosotros para darnos la bienvenida, ataviados con sus característicos adornos y sus coloridos collares. Ejecutan la danza para los turistas desganados porque los impresionantes saltos de los hombres se elevan a la mitad. Aún así aprecio su ritmo genuino y las voces negras de su cántico conservan una resonancia ancestral.
Continuamos trepando la falda del volcán. El campo cambia, la tierra se vuelve roja plena de vegetación. Las vacas de los masais ponen la nota simpática a la fauna del lugar: cebras, jirafas y elefantes se esconden tras la floresta.

Ngorongoro

Llegamos al campamento, el único situado en la cúspide del cráter con vistas de la caldera volcánica de 600 metros de profundidad y 20 kilómetros de diámetro. Parece un espejismo. Me turba su visión. Mi espíritu se eleva etéreo para rozar la inmortalidad, mientras contemplo uno de los paisajes más hermosos de la tierra. La enorme llanura circular, situada a 1.800 metros de altitud, alberga en su interior arroyos y manantiales, dos lagunas de agua dulce y un lago salado que acoge a una colonia de flamencos rosa. También posee un bosque de acacias de corteza amarilla llamado Lerai. Llueve casi todo el año por lo que concentra una gran variedad de vida salvaje al abundar los pastos. Es muy difícil definir tanta belleza, sin embargo una de las mejores descripciones es de Javier Reverte: “La grandeza insólita del cráter transmitía una honda sensación de eternidad…el Ngorongoro es una extravagancia de la Naturaleza”.  El sol está cada vez más bajo y pronto se perderá tras la selva. Un viento frío nos recuerda que estamos a mucha altitud y pese a encontramos en el Trópico, la temperatura baja rápidamente. Se agradece el fuego de campamento que tarda en prender.

La sopa hirviendo de la cena reconforta, pero lo que realmente me hace entrar en calor, son las dos bolsas de agua caliente que han puesto en mi cama. Duermo acurrucada como un gato.
Madrugamos. El safari en el interior del volcán promete. La densidad de vida salvaje no tiene parangón. Además es la última oportunidad de ver al rinoceronte negro, en grave peligro de extinción y del que quedan muy pocos ejemplares.

Una pareja de caracal

Comenzamos el descenso y vemos un antílope de agua, que despierta nuestra sonrisa. Y a los pocos metros, un regalo maravilloso asoma entre la niebla de la mañana. Una pareja de caracal, conocido como el lince del desierto, que están de caza. Su atlética anatomía muestra todo el vigor de uno de los gatos africanos más complicados de ver. Más adelante, una manada de 8 leonas que esconden su corpulencia tras el barro de su reciente baño pasa delante de nuestro vehículo. Un grupo de hienas se aleja por la planicie de pastos verdes. Más allá un león macho está rodeado de chacales que esperan pacientes los retos de su desayuno.

Luego un manada enorme de leonas en torno a un búfalo. Algunas yacen ya saciadas sobre la hierba, otras devoran el descomunal herbívoro. Hay varios cachorros en el grupo jugando, que aún no han perdido su piel moteada. Contemplamos la escena con entusiasmo. Por la retaguardia aparecen hienas y chacales que aguardan su turno.
Avanzamos y en un arroyo, una manada de hipopótamos retoza plácidamente. Tomamos otro camino y entre las pajas vemos a tres leones. Son hermanos. Comparten el esplendor de su melena y la magnificencia de su perfil, pero no a la hembra por la que han luchado y que corteja como trofeo solo el macho dominante.

Bosque Lerai

Proseguimos y nos dirigimos hacia el bosque Lerai. En sus proximidades vemos varios todoterreno y cruzamos los dedos para llamar a la suerte. Y se produce el milagro. Es el rinoceronte negro. ¡Qué maravilla! Viene hacia nosotros con su trotar firme y resuelto, pero hay demasiado intruso entorpeciendo su paso hacia el otro lado del camino. El paquidermo mira a los entrometidos con desdén y se da la vuelta ante nuestro empecinamiento en observarlo para perderse por la espesura. Me siento henchida. Abandonamos el Ngorongoro ascendiendo sus laderas de frondoso bosque tropical. La niebla muy baja acrecienta mi fascinación por uno de los lugares más deslumbrantes del planeta.

Nuestro viaje continúa hasta Arusha y por el camino atravesamos una zona muy fértil con plantaciones de maíz, trigo, arroz y plátanos. Pequeñas poblaciones jalonan la carretera. El paisaje se transforma y aparecen grandes baobabs dispersos de piel estriada, en nuestro descenso de la Falla del Rift. En las proximidades al parque natural del Lago Mayara, muchas aves coronan los árboles. Hace tiempo que abandonamos los baches del camino y el asfalto nos señala la civilización para alejarnos del Edén.

Monte Meru

Arusha está a los pies del Monte Meru, de 4.800 metros de altitud. Nuestro lodge se sitúa dentro de un cafetal. Los bungalow se encuentran diseminados en un cuidado jardín tropical. La llamada del muecín embruja la tarde, mientras encienden el fuego del campamento al lado de la piscina. La noche es fresca y tranquila. Bajo mi mosquitera, añoro los sonidos del mundo salvaje, que quedaron atrás.

 

DIRECCIONES DE INTERÉS

Eka Hotel Nairobi
Dirección:
Eka Hotel, Along Mombasa Road, Nairobi, Kenia
Teléfono:
+254 719 045000

Olengoti Eco Safari Camp
Dirección:
Kenia
Teléfono:
+255 765 346 525

Lukuba Island Lodge
Lukuba Island | Lake Victoria, Musoma 1508, Tanzania
255 27 254 8840

Pumzika Safari Camp
Serengueti, Tanzania
203 405 6666

Pakulala Safari Camp
Área de Conservación del Ngorongoro, Ngorongoro Conservation Area 0000, Tanzania

Moivaro Coffee Plantation Lodge Hotel
Dirección:
Moivaro Rd, Arusha 00000, Tanzania
Teléfono:
+255 27 255 3242

Meliá Zanzibar
Dirección:
P.O. Box 3140 – Kiwengwa, Zanzibar stad 00200, Tanzania
Teléfono:
+255 774 444 477

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información sobre la protección de datos:
· Responsable de los datos: Ediciones La Meseta, S.L.
· Finalidad: Enviar un comentario
· Derechos: Tienes derecho a acceder, rectificar o suprimir los datos, así como otros derechos como es explica en la política de privacidad.
· Información adicional: Puedes consultar la información adicional y detallada sobre la protección de datos aquí.

Noticias relacionadas

Pilar Akaneya.
Leer más

Japón grabado a fuego

Por: Luisa Alcalde, socia fundadora de Castilla y León Económica
La carne de Kobe de máxima calidad es el estandarte del Restaurante Pilar Akaneya, donde las brasas son las protagonistas de una experiencia culinaria que oscila entre el ritual y la ortodoxia gastronómica del país del sol naciente
Ir al contenido