“Edu, no hace tanto que venía a estos premios de invitado”, me dijo Alfredo Pérez hace unos días, antes de recibir el 41º Premio Empresario del Año en la Categoría Sector Agroalimentario de la Facultad de Comercio de la Universidad de Valladolid.
Alfredo es un gran empresario. Cuando su padre falleció -muy joven-, se hizo cargo de la explotación de las tierras de su padre junto a su hermano Alberto. Juntos, hicieron de jefes y padres de sus hermanos pequeños. Aquellas tierras pronto se convirtieron en una pequeña empresa. El trabajo, empeño y persistencia generaban sus frutos y la empresa familiar crecía.
Mucho trabajo, inversiones y bancos. Pero sobre todo, valores. Los valores de una familia empresaria que eran los que marcaban el rumbo. Amor por las cosas bien hechas, servicio de calidad al cliente, honestidad y respeto por sus orígenes. Pozal de Gallinas era el epicentro, pero el terremoto del trabajo se extendía. Con un puñado de máquinas para la vendimia, Alfredo se lanzó desde Rueda a la conquista de Toro, Jerez, Rioja, también Francia y hasta Chile. Móvil al cuello, nadie queda sin atender. Los plazos, las lluvias y las noches presionaban el sueño. Pero el cliente es lo primero. Luego vinieron las inversiones en energía solar, en el rico vino Desacato y los pistachos: tu sueño.
Inquietud e innovación
La inquietud y la innovación, tu bandera. Partido a partido. Hasta ganar La Liga. La Liga de ser el número uno en tus proyectos, siempre desde la humildad y el trabajo bien hecho. Conferencias, congresos, ferias, entrevistas, premios, con la sonrisa por delante. Un don especial que pocos poseen, tu mejor arma. Trabajador como el que más en la empresa, ejemplo para el equipo y la familia. Generosidad infinita. Porque hay empresas pequeñas muy grandes. Como Pistacyl. Porque hay empresarios buenas personas, como Alfredo.
“Las vueltas que da la vida…” que cantaba Yosi en Dolores se llamaba Lola. Pues ya ves, querido amigo, ahora eres tú quien recoge premios y a quien aplauden. Y los que quedan. Felicidades.