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Praga mantiene su magia

Por: María Benito
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Mantenía un recuerdo imborrable y seguramente idealizado de mi primer viaje a Praga, donde es seguro que sentí su duse -alma para los eslavos- entre sus avenidas deslucidas de palacios desconchados. Había ido siendo una joven estudiante y cuando aún no había caído el Muro de Berlín y Checoslovaquia permanecía bajo las sombras del comunismo.

En mi memoria, la ciudad aparecía recubierta de una pátina de belleza decadente producto de ese gris que ennegrecía sus edificios majestuosos a la vez que desvencijados. Sabía que esa ciudad, a veces tétrica a veces sensual, siempre triste, que se mostraba y ocultaba entre la niebla que ascendía desde el Moldava en un juego de sombras similar al Teatro Negro, me costaría recuperarla.

Por eso durante el día, decidí alejarme de los lugares más céntricos colmados de riadas de turistas para disfrutar de las renovadas fachadas barrocas y decimonómicas, a ser posible en la intimidad. Así deambulé por sus calles más allá de Mala Strana y por los barrios adyacentes a la plaza de San Wenceslao. Y cuando caía la noche y gran parte de sus visitantes se resguardaban en los hoteles, porque la niebla gélida inundaba los callejones ante un invierno que se resistía a desaparecer, era cuando cruzaba el umbral de su atmósfera irreal para poseer de nuevo la ciudad misteriosa y romántica, “de aire desvalido”.

Esplendor nocturno

Elegía un restaurante coqueto y de buena gastronomía y disfrutaba de una cena exquisita acompañada del sedoso riesling moldavo. Hay varias opciones interesantes como Alcron, Bellevue o U Zlaté Studne. Luego dirigía mis pasos sonoros en el eco solitario de la noche por el empedrado de las calles escasamente iluminadas por faroles de gas hacia la Praga canalla y noctámbula, para gozar con jazz experimental en garitos subterráneos.

Una noche cualquiera cené en el romántico U Zlaté Studne, con una de las mejores panorámicas de la ciudad al estar situado debajo del barrio de El Castillo. Y fue entonces cuando Praga me mostró su magia: el cielo, que había permanecido opaco durante toda mi estancia, se despejó unos instantes para dejarme ver una luna plena y roja tras las torres medievales que tiñó de sangre las aguas del Moldava. La ciudad dorada se tornó cálida y terminé la noche escuchando salsa en la Bodeguita del Medio, con música en vivo y excelentes mojitos.

A pesar de los años transcurridos, constaté que hay mil Pragas, cada uno puede encontrar la suya y cada cual más fascinante.

2 comentarios

  1. Exquisito artículo María. Es imprescindible, en esta época oscura, que en Europa sepamos sacar brillo a todos nuestros tesoros para disfrutar de su belleza en su máximo esplendor. ¡Enhorabuena!

    1. Gracias por tu halagador comentario. Comparto tu idea de que aunque los tiempos sean obscuros, en cada uno de nosotros podemos encontrar la luz necesaria para iluminar la belleza oculta.

      Un saludo.

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