En artículos anteriores, analizábamos la probable estrategia del nuevo Ejecutivo de EE UU para confrontar los problemas estructurales de su economía a la vez que cumple con la hoja de ruta económica que venía anunciando el Partido Republicano desde el pasado año, tanto en campaña electoral como durante los meses posteriores a las elecciones en las que resultó elegido.
La rotundidad de las medidas adoptadas en relación con la protección arancelaria ha sorprendido por las formas con las que EE UU anunciaba, en boca de su presidente, una batería de aranceles para casi todo el mundo con los que han hecho temblar la confianza de la economía internacional y de los mercados financieros.
Sin embargo, si atendemos a las cuestiones de actualidad que repasábamos en artículos anteriores -guerra comercial, cambio en el orden económico mundial y las previsibles medidas que tomaría el nuevo Gobierno de EE UU-, no deben sorprendernos tanto algunas de las medidas que se vienen tomando y su previsible impacto sobre la economía estadounidense, que a su vez afectará al resto del mundo.
Creo que es importante atender y entender las razones de esta arriesgada estrategia que, en mi opinión, dista mucho de ser una mera ocurrencia, tal y como estamos leyendo y escuchando en no pocos medios de información.
EE UU es la economía más importante del mundo y su PIB tiene un peso cercano al 30% del total de la economía mundial.
El Gobierno de EE UU recientemente elegido lo hace con un presidente que repite mandato de forma no consecutiva, por lo que no puede tomar decisiones con efectos esperados más allá de los 4 años de vigencia de su período en el Gobierno. En este caso, Donald Trump ha sido elegido con más apoyos que los que tuvo en su primer mandato, lo que a priori le otorga más confianza para tomar decisiones más arriesgadas y firmes. Es decir, tiene menos tiempo de lo que quisiera y tiene más apoyos de los que tuvo en su primer mandato. Esta coyuntura anima al Ejecutivo de EE UU a arriesgar en medidas sobre las que es posible que hubiera podido dudar más en el caso de ser su primer mandato y de no haber conseguido tanto apoyo popular.
Déficit comercial de EE UU
El pasado 2 de abril, el presidente de EE UU anunciaba, en el así llamado Día de la Liberación, la imposición de unas tarifas arancelarias al resto del mundo en base a una ecuación sobre la que aún no se ha dado una explicación técnicamente convincente: (importaciones de EE UU – exportaciones de EE UU) / importaciones de EE UU.
Pues bien, este indicador, que según las explicaciones técnicas que daban los responsables del área económico y comercial del Gobierno responde al déficit comercial de EE UU del que el resto del mundo se ha estado beneficiando, al tener este país un déficit comercial estructural con la mayoría de los países desarrollados, se había dividido a la mitad de tal forma que el indicador resultante sería el que fijaría un arancel para cada país o bloque económico. Hasta la fecha pocos, o más bien ningún analista económico, ha sido capaz de encontrar sentido económico a este mecanismo o ecuación.
En cualquier caso, quedémonos con el hecho de que el Gobierno de EE UU considera que el déficit estructural de su balanza comercial es una situación injusta y que su país se viene abriendo al mercado internacional con mucha más generosidad de lo que el resto de los mercados hacen con respecto a EE UU. Se trata de un argumento, en mi opinión, poco técnico y muy entregado a un público o votante que recientemente ha otorgado su confianza de forma mayoritaria a este tipo de planteamientos proteccionistas y nacionalistas en EE UU.
Sin embargo, más allá del relato sobre el desequilibrio injusto al que se ve sometido EE UU en sus relaciones comerciales internacionales, lo que entiende el Ejecutivo estadounidense es que un déficit comercial estructural tan abrumador con respecto a bloques como China o la UE es una clara debilidad para su economía. ¿Lo es?
¿Desindustrialización de EE UU?
En primer lugar, el mantenimiento de una balanza comercial con déficit estructural, es decir, déficit de largo plazo y sostenido durante muchos años en EE UU, es una situación que el propio país ha venido propiciando como parte de su modelo de desarrollo económico.
No se trata de una situación injusta forzada por parte del mundo. EE UU decide externalizar una importante parte de la producción cautiva de un mercado altamente demandante (consumista) hacia países de más bajo coste. Por otro lado, no es del todo correcto decir que EE UU se ha desindustrializado. Es cierto que parte de su industria más intensiva y pesada se ha desplazado, así como la importación de productos de consumo que sus propias empresas han decidido fabricar en el exterior. Sin embargo, existe una parte de la industria norteamericana que ha sustituido empleo intensivo por inversión en capital y tecnología. Este proceso es comprensible en la transición hacia la automatización productiva, la digitalización y la inversión en tecnología. Se trata de un salto tecnológico que impulsa el desarrollo de un sector servicios no en detrimento del industrial, sino más bien apoyado por el impulso de los factores productivos que acabo de mencionar. En resumen, durante los últimos 30 años (o más) se viene produciendo un proceso de reestructuración industrial en EE UU que pasa por un traslado de industrias fabricantes de bienes de consumo a terceros países en desarrollo, por una inversión intensiva en capital y tecnología para otros sectores industriales del país, y por una deslocalización de algunas industrias intensivas a otros países. De ese triple proceso, no se puede concluir que haya existido voluntariedad en la descapitalización industrial de EE UU por parte del resto de bloques económicos. El proceso que se viene dando en la progresiva globalización de la economía, globalización en la que EE UU ha participado de forma muy significativa y positiva para el resto del mundo, lleva a una terciarización de la economía del país norteamericano hacia el sector económico de los servicios, y un déficit estructural y creciente de su balanza comercial.
Este proceso no es en sí grave ni en absoluto decadente para la economía de EE UU, de hecho, la evolución de los datos de empleo del país no proyecta un impacto negativo en la desindustrialización del país y sí una transferencia del tipo de empleo, pasando de empleos industriales hacia empleos del sector servicios.
Sin embargo, este proceso se ha producido de forma absolutamente voluntaria, consciente e incluso provocada por la propia economía norteamericana. Una sociedad tan consumista, tan demandante como aquélla busca adquirir productos y reconoce la calidad de los mismos, pero busca pagar el precio más ajustado posible. Este proceso ha ido creando el sistema que acabo de explicar.
Por otro lado, la debilidad que sí que presenta un sistema excesivamente terciarizado basado en una economía de servicios es el coste de oportunidad que confronta por no tener más músculo industrial. Una economía con un sector industrial con alta tecnología, especialización y productividad genera beneficios en la inversión privada, en el empleo, en las exportaciones y en la competitividad de la economía donde está instalada. Parte de este perfil económico es el que se venía perdiendo en EE UU durante los últimos 30 años, algo que anima a buscar la implantación de nuevas industrias por parte del reciente elegido Ejecutivo norteamericano.
Deuda pública / Déficit presupuestario
Volviendo al problema del déficit comercial que merece los matices explicados anteriormente, la verdadera problemática se centra más en el carácter estructural del déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos de EE UU, índice que suma a la balanza comercial (déficit) las transferencias al exterior.
El déficit por cuenta corriente obliga al país a incurrir desde hace 4 mandatos en una gran deuda para poder financiar ese déficit y por consiguiente el gasto público del país. Leído este hecho desde otra perspectiva, un importante volumen de esa deuda es financiada por acreedores internacionales lo cuales, de forma también voluntaria, deciden financiar el déficit de ese gigante económico atraídos por la rentabilidad de sus bonos y por la fortaleza del dólar americano.
Es decir, serán acreedores en muchos casos internacionales los que están financiando ese déficit.
Es en este punto en el que el nuevo Gobierno de EE UU hace una lectura proteccionista y de seguridad nacional: por un lado, afronta una coyuntura de extrema tensión financiera para las cuentas públicas del país, la deuda que arrastra y que creció especialmente con la crisis financiera de 2007 y la crisis del Covid, tiene un vencimiento crítico en el año 2025, lo que obliga al Gobierno de EE UU a afrontar pagos a corto plazo -9,2 billones de dólares americanos- o refinanciar su deuda. Esa cantidad es el doble de los ingresos federales previstos este año y más del 25% de toda su deuda.
Por otro lado, pretende implementar aranceles para financiar (supuestamente) parte del déficit, reducir la presión fiscal a la que se comprometió en campaña electoral el Gobierno norteamericano electo y forzar una negociación agresiva con sus acreedores comerciales y financieros en 2 vertientes: volcar a corto plazo el déficit comercial comprometiendo en compras de industria militar y energética, y buscar el compromiso para la compra de deuda pública emitida por EE UU a muy largo plazo y con tipos de interés más bajos que los que ahora soporta su bono a largo plazo. Para forzar una negociación ventajosa y salir airoso de la misma, el Gobierno estadounidense impone aranceles con los que tensar negociaciones bilaterales.
Por otro lado, el proceso arancelario a corto plazo puede procurar al Gobierno de EE UU beneficios con los que reducir el déficit por cuenta corriente de su balanza de pagos, pero a la vez impulsará la inflación en el país. Es en este contexto en el que se debe explicar entre otros los movimientos excedentarios de producción de hidrocarburos (petróleo) para rebajar precios del petróleo (gasolina) en EE UU y así compensar la esperada subida de precios por los aranceles. A la vez, motivará la repatriación de capacidades industriales. Está por ver si lo consigue y está por ver si EE UU está preparado y tiene voluntad y capacidad por reindustrializarse con determinados sectores industriales que en su momento ya perdió o fomentó su externalización a terceros países.
El otro frente que se abre en esta estrategia firme y arriesgada es cómo se comportará el tipo de interés, variable que puede definir muchas de las motivaciones de toda esta estrategia de varias vías: es ya un hecho que la gran confrontación anunciada entre el nuevo Ejecutivo estadounidense y la Reserva Federal (Banco Central de EE UU) ha llevado al presidente Trump a pedir la dimisión de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal. No nos quedemos en este hecho, lo importante es entender que el Ejecutivo norteamericano pretende impulsar una bajada de tipos para favorecer las exportaciones de EE UU al resto del mundo con una devaluación del dólar estadounidense. Además, una bajada de tipos favorecería un escenario de refinanciación de la deuda de EE UU, siempre, eso sí, que el Gobierno de EE UU sea lo suficientemente convincente a la hora de propiciar la estrategia de forzar o motivar una negociación o adquisición de nueva emisión de deuda de EE UU por parte de los países o mercados exteriores.
Es ahí donde podemos entender la agresividad en la forma y en el fondo del relato arancelario, hay una urgencia por motivar o impulsar la negociación en varias vías: la vía en el incremento de las exportaciones de ciertos sectores (energético y seguridad) desde EE UU; la vía en la compra de deuda pública del país por parte de sus principales acreedores o la renegociación de la misma en unas condiciones financieras aceptables para los intereses norteamericanos; la vía del pacto sobre una utilización no agresiva de aquellos países que en mayor medida son tenedores o titulares de la deuda de EE UU (Japón, China y la UE) y que si decidieran iniciar un proceso de venta generalizada de los bonos de EE UU, provocaría un incremento de tipos de interés en esos títulos que pondría en peligro la arriesgada estrategia que trata de implementar el Gobierno norteamericano; y la vía en la búsqueda de un escenario no agresivo financiero y comercial que no derive en un nuevo conflicto que se teme en el entorno internacional, una guerra de divisas que bien pudiera darse si EE UU logra depreciar el dólar para favorecer las exportaciones bajando el tipo de interés de su economía, y por otro lado, grandes bloques como China deciden igualmente bajar sus tipos de interés para devaluar su moneda -tal y como ha hecho recientemente la UE- en un proceso al que China puede ir de forma confortable ya que su inflación es cercana a 0.
Es también aquí donde podemos entender la agresividad del Ejecutivo de EE UU con los aranceles a productos chinos con unas barreras arancelarias que han subido al 145%. Este proceso tan sorprendente sólo podría ser explicado en la necesidad de forzar una negociación entre los 2 principales actores de este escenario global. EE UU cuenta con la fuerza de una gran capacidad importadora y de un sistema financiero sustentado por el dólar, la moneda referencia de más de la mitad de las reservas en el mundo. China, por su parte, iría a una negociación bilateral con una capacidad exportadora e industrial ya instalada que puede condicionar bastante la cadena de suministro norteamericana. A este hecho hay que sumar la titularidad china de una parte importante de los bonos de EE UU en el exterior -750.000 millones de dólares, el segundo acreedor internacional de EEUU por detrás de Japón- lo que puede condicionar, caso de decidirse por una venta en los mercados de estos títulos, el precio e interés de este activo clave para la deuda pública de EE UU.
Además, China se beneficia de una situación macroeconómica razonable para aguantar el pulso en una posible (cada vez más probable) guerra de divisas, en la que el gigante asiático podría devaluar su moneda para hacer frente a la devaluación del dólar, teniendo en cuenta, tal y como comentábamos en el párrafo anterior, que China tiene su inflación controladísima, es decir, tiene margen para bajar sus tipos y devaluar su moneda sin que afecte a su inflación.
Desde el lado de la pretendida reindustrialización de EE UU, habrá que analizar si el proceso que puede buscar esta estrategia no devengará en un sistema más autárquico, más proteccionista y, por tanto, menos competitivo al perder contacto con la competencia exterior y no beneficiarse de tecnología e inputs que se importan a precios más bajos. Estos planteamientos alargados en el tiempo tienden a derivar en más inflación con pérdida de empleo a medio o largo plazo.
Ésta es una de las principales razones por las que la Reserva Federal está confrontando la presión que el Ejecutivo norteamericano ejerce sobre la institución monetaria para que baje los tipos de interés. Existe recelo en la Reserva Federal sobre el momento ideal de esa bajada con el condicionante de una supuesta inflación por la política arancelaria implementada en aquel gran mercado, del mismo modo que el Gobierno de EE UU necesita con cierta urgencia que se bajen los tipos para acompañar la estrategia que acabamos de explicar.
Efectos esperados en la economía internacional
El primer efecto de este proceso inicial en la estrategia económica de EE UU es la generación de una gran duda, de un gran espacio de incertidumbre en los mercados, y como ya sabemos, los mercados financieros responden a dudas e incertidumbre con colapso y hundimiento en los mercados de valores. Esto es exactamente lo que ha ocurrido.
Cabe preguntarse si a la pérdida sufrida desde la imposición de aranceles iniciales en el mercado principal de valores de EE UU (Wall Street) de 10 billones de dólares (más de la mitad del PIB de la UE) no es sino un ajuste de valores de un mercado muy inflado que busca volver a una senda más ajustada de valoración. Es decir, si la Bolsa ha caído tanto a plomo, ¿no será porque su valoración era absolutamente desmedida?
Por otro lado, atiende a la lógica el hecho de que cuando ha trascendido a los mercados que EE UU busca un acuerdo para refinanciar su deuda en condiciones de mercado mejores para el deudor (EE UU) y peores para el acreedor (mercados exteriores), el interés por el bono americano decaiga por el lado de la demanda haciendo que sus valoraciones se vean minoradas y se necesiten hacer ajustes de esos activos en las empresas, instituciones, tenedoras de las mismas, lo que obliga a una caída en los mismos, algo que tiene trascendencia inmediata en los mercados de valores internacionales.
En todo caso, y sin ánimo de caer en un pronóstico imprudente o incluso temerario sobre los efectos de este proceso que se vive, lo más prudente es concluir que nos adentramos en un mercado global más proteccionista, más inflacionario y con riesgo de ralentización o contracción de la economía.
El plazo de suspensión de 3 meses a 75 países (excepto China) abierto por parte de la Administración norteamericana que ha incluido a la UE, ha podido calmar temporalmente a los mercados financieros y abrir un espacio para la negociación bilateral tal y como explicaba anteriormente.
Sin embargo, al mantener un arancel básico del 10% para la generalidad de los países y productos, y del 25% para vehículos, aluminio y acero, el proceso de convulsión en el comercio internacional ya se puede estar detectando. Todos estos aranceles son muy superiores a los que ya existían antes de marzo del presente año.
Impacto en Castilla y León
En Castilla y León, el efecto de este incremento de barreras arancelarias se podrá comprobar en próximos meses desde una triple perspectiva.
La primera, la más directa, sobre las exportaciones directas a los EE UU. Las ventas de Castilla y León a aquel gran mercado se cifran en 620 millones de euros en el año 2024 con un crecimiento superior al 50% en los últimos 4 años situándose como nuestro décimo socio comercial en destino. El mercado de EE UU supone para las exportaciones de nuestra comunidad autónoma un 3% del total de éstas.
El segundo efecto sobre las exportaciones de Castilla y León será el efecto indirecto, aquél que afecta a la repercusión negativa sobre las exportaciones de Castilla y León a la UE de productos que finalmente se ensamblan en estos destinos para ser exportados a EE UU. Las exportaciones de Castilla y León al marco de la UE se sitúan en torno al 70%. Francia, Italia y Alemania son 3 de los 5 principales destinos de nuestros productos en Europa y son estos 3 países, los que representan un mayor volumen de exportaciones de la UE a EE UU con un 55% del total de exportaciones de la UE al mercado norteamericano. Por tanto, una evolución negativa o contraria del ritmo de exportaciones de estos mercados a EE UU por la repercusión arancelaria afecta también negativamente al ritmo de exportaciones a corto plazo de una parte de las ventas del sector industrial -esencialmente automoción y auxiliar- a los mercados europeos. Es más, el efecto o impacto negativo puede ser el doble para los intereses de Castilla y León de lo que afecta directamente el arancel sobre las ventas directas a EE UU.
El tercer efecto tiene que ver con la posibilidad de una progresiva contracción económica. En este campo entramos ya en el espacio de la hipótesis, sin embargo, si damos por válida la tesis de una posible inflación arancelaria que se podría generalizar en la economía mundial, de efectos negativos como el de la desviación de comercio internacional que genera ineficiencias en la cadena de suministro y de una cuanto menos incertidumbre de mercados financieros y de bienes que pueden afectar al crédito y al comercio internacional en su ralentización, éste es el efecto que más tenemos que temer.
Castilla y León tiene una economía muy abierta, en la media europea del 30% de exportaciones en relación con el PIB, lo que supone que la exposición que presenta nuestra economía a una contracción internacional es alta. Este proceso afectaría a aquellos sectores industriales con más presencia internacional en su facturación, como la automoción, los bienes de equipo, el sector químico, el sector metalúrgico, el sector agroalimentario y, en menor medida, el farmacéutico.
Las medidas a corto plazo a tomar deben estar vinculadas a garantizar el circulante para que las empresas tengan acceso al crédito para la exportación, a reforzar los mercados exteriores alternativos, a seguir impulsando las exportaciones en un mercado de grandísimo potencial como el de EE UU, a impulsar mecanismos de captación de inversiones en un proceso de concentración empresarial que se va a dar en cualquier caso y, a medio plazo, a trabajar con medidas reales sobre la optimización de la cadena de suministro y de competitividad de los sectores industriales ya globalizados, como el de la automoción, que ya viene afectado por un exceso de capacidad en la UE y cuyo impacto en este proceso debe contrarrestarse con medidas de más competitividad para asegurar la actividad del sector y el empleo del mismo.
En definitiva, veremos en próximos meses la evolución de unas medidas con impacto frontal sobre el nuevo ciclo económico y el nuevo orden económico mundial que se está ventilando. No pierdan de vista en todo este proceso que la base de muchas de las medidas que se puedan estar tomando precipitan un choque entre 2 modelos y economías, una emergente y otra que busca mantener su hegemonía mundial. La UE no está de momento tomando iniciativas que puedan afectar a este choque de bloques, más bien somos una suerte de tercer agente sumido en nuestras propias contradicciones y en la búsqueda de un modelo que haga progresar y evolucionar nuestra economía. Es mucho más difícil poner de acuerdo a 27 Estados sobre un criterio a adoptar que tomar decisiones a bloque como lo pueden hacer desde EE UU y desde China, cada uno a su manera, cada uno con su estilo. Este hecho, que no pasa desapercibido tanto a EE UU como a China, puede ser utilizado en contra de los intereses de los europeos, presa de no pocas corrientes populistas y de la ausencia de grandes liderazgos.
Se le atribuye a Henry Kissinger la frase: “¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?”.
Es el momento de los grandes líderes políticos, en la UE también.