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Más piedras en el camino

Por: Alberto Cagigas
Camino empedrado.
Al terminar su alocución, le pregunté a mi compañero de mesa qué le había parecido el discurso del político, y me contestó: “aburrido y sin sustancia, pero, en eso de las piedras, lo ha clavado, porque ya no saben cómo ponernos más”.

Llega el último cuatrimestre de 2021, y aunque la amenaza de la pandemia remite con mayor lentitud de lo esperado, la preocupación se desvía ahora a la otra crisis, la económica, cuya virulencia dependerá de nuestra gestión y no de los variantes de un virus.

Puestas las esperanzas en el maná de los fondos europeos, el mayor temor expresado por los empresarios en los últimos encuentros organizados por nuestro medio de comunicación es que esas abultadas partidas no se gestionen correctamente y se malgasten en empresas zombies tipo Plus Ultra o en proyectos públicos de dudoso impacto económico, como el tristemente famoso Plan E.

Por contra, será un período donde habrá territorios que, con el dinero que gestionarán directamente sus administraciones autonómicas, podrán aumentar su competitividad frente al resto de España por el atino de sus planes, para lo que es imprescindible una estrecha colaboración público-privada. Todos sabemos qué ocurre cuando una región se despista en su política económica, no hace falta leer un sesudo ensayo, ahí tienen la evolución de Cataluña y de Madrid en los últimos años.

Abultado gasto público

Otra inquietud de los empresarios, al margen de advertir que esos fondos de la UE deben de llegar también a las pymes y no quedarse concentrados en las grandes compañías, es el abultado gasto público y las mastodónticas estructuras que se están creando en las administraciones, en parte para afrontar el desafío sanitario, económico y laboral ocasionado por la pandemia, pero que luego permanecen fijas en el tiempo pese a encontrarnos en coyunturas más favorables.

Noticias como que Hacienda desconoce a qué ayuntamientos pertenecen más de 1.000 empresas, fundaciones, consorcios y asociaciones públicas o la imparable convocatoria de empleo público por parte de todas las administraciones, cuando la mayor parte de las empresas aplica ajustes en sus plantillas para poder sobrevivir, desaniman a más de uno.

Desaforada aprobación de subsidios

A este dispendio se suma la desaforada aprobación de subsidios en una sociedad española donde todo quisqui tiene derecho a una ayuda. Nada que objetar, si no fuera porque ese dinero no es gratis, sale de las personas y empresas productivas, que a este paso cada vez serán menos porque con la progresiva subida de impuestos se desincentiva cualquier actividad. Parece que uno trabaja para mantener a los que precisamente no tienen muchas ganas de esforzarse.

Como comentó recientemente un experto, “las personas que realmente crean los bienes y los servicios se convierten en sirvientes del Estado”. Y ésa es la sensación que cada vez tienen más empresarios, autónomos, directivos, profesionales liberales y esforzados trabajadores. Para disfrazar esta abusiva extracción de rentas y de beneficios empresariales, ya hay gurús que hablan del capitalismo de Estado como nuevo modelo económico. Eso ya lo inventaron antes, sin eufemismos se llama comunismo, y quien quiera saber el resultado que lea un libro de historia sobre la antigua URSS o que se dé una vuelta por Venezuela y Cuba.

Mantener el Estado de Bienestar

Todo ciudadano cabal quiere mantener el Estado de Bienestar que disfrutamos en España, pero a cambio le gustaría ver ajustes y racionalidad en las administraciones públicas y no un derroche en cientos de asesores, chiringuitos oficiales, plantillas sobredimensionadas (en España uno de cada cinco sueldos es pagado por el erario público), Administración B y legiones de paniaguados que acceden a ayudas de dudosa justificación.

Fui testigo cómo en una reciente intervención de un político ante medio centenar de grandes empresarios de Castilla y León, dijo que estaba dispuesto a apoyar más a las empresas, para lo que no dudaría en poner piedras en el camino.

Los asistentes nos imaginamos que con esa metáfora quería decir que deseaba allanar el camino… o tal vez no. Al terminar su alocución, le pregunté a mi compañero de mesa qué le había parecido el discurso del susodicho, y me contestó: “aburrido y sin sustancia, pero, en eso de las piedras, lo ha clavado, porque ya no saben cómo ponernos más”.

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