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Onésimo Migueláñez, el segoviano que creó el imperio de las golosinas

El empresario convierte a la marca de confitería que lleva su apellido en líder del mercado nacional
El empresario segoviano Onésimo Migueláñez
El empresario segoviano Onésimo Migueláñez.

Cuando Onésimo Migueláñez (1944, Lastras del Pozo, Segovia) cierra los ojos, recuerda con nostalgia su infancia en su pueblo, rememora cómo amasaba pan con su padre, panadero, cómo bailaba jota con su madre, o cómo corría con los otros chiquillos. Cuando los abre, tiene ante sí una gran empresa que él mismo fundó e hizo crecer hasta lo que hoy es: uno de los principales negocios de dulces y golosinas de nuestro país: Migueláñez, con un catálogo integrado por más de 600 referencias y una red de más de 20.000 puntos de venta en España.

El ejemplo de cómo Onésimo abandonó el pueblo hace más de medio siglo para buscarse un porvenir sigue hoy más vigente que nunca, con todos nuestros representantes públicos haciendo alusión a la España Vaciada. Tras hacer el servicio militar, el trabajo empezó a escasear, y como tantos otros jóvenes, antes y ahora, decidió “que debía tomar un nuevo rumbo y dejé el pueblo para ir a Madrid a buscar una oportunidad”, señala el empresario.

Rumbo a la capital

El niño que soñaba ser panadero como su padre y que como no tenía fuerza para amasar el pan con las manos lo hacía con los pies, puso rumbo a la capital de España, donde se instaló y encontró trabajo. “Comencé a vender caramelos y pronto descubrí que no sólo era una actividad que me gustaba mucho, sino que además se me daba bien”, asegura. En su primer año con esa empresa de caramelos regresó a su tierra, ya que puso en marcha la delegación de Valladolid y se desplazaba por toda la comunidad autónoma, especialmente por Valladolid, Palencia, Burgos y Zamora.

Hasta que decidió poner en marcha su propio negocio. Y, como en tantas otros casos de emprendedores, fueron sus padres los que le dieron ese empujón para ayudarle a dar los primeros pasos en el mundo empresarial. “Me prestaron 100.000 pesetas para comprarme la furgoneta con la que empecé a recorrer todos los rincones de Madrid para vender mis caramelos. Aunque mi padre tenía su propio negocio, yo no tenía experiencia como empresario y fui aprendiendo todo poco a poco”. Corría la década de los 60, si bien no fue hasta 1981 cuando constituyó Migueláñez, que es una empresa familiar en la que cohabitan en su gestión primera y segunda generación, con más de 200 trabajadores, gran parte de los cuales llevan muchos años vinculados a la compañía, lo que hace que se sientan “parte de la misma y de este modo la comunicación entre todos sea mucho más fluida. Nuestras máximas son, ahora y siempre, calidad y servicio, llegar a cualquier punto de España en 24 horas y con productos de primera calidad”, señala Onésimo.

Migueláñez es una empresa familiar con una plantilla de más de 200 trabajadores
Migueláñez es una empresa familiar con una plantilla de más de 200 trabajadores.

La hegemonía de Migueláñez dentro de su sector se asienta en el mercado nacional. “Nuestra fuerza está en España, que es donde ponemos el foco, aunque exportamos a algunos países. Somos líderes en distribución y nuestros productos se pueden encontrar en grandes superficies, supermercados, hospitales, gasolineras, estaciones de tren o aeropuertos, entre otros lugares”, subraya el veterano emprendedor.

Momentos complicados

Como todo negocio con una historia de más de medio siglo, también ha habido momentos muy complicados. Onésimo rememora la crisis de los 90 como el período más difícil de su trayectoria empresarial. “Nos azotó sin piedad y tuvimos que despedir a una gran parte de la plantilla. Muchos empleados de aquella época siguen aún conmigo y son parte de mi familia. Me apoyaron y estuvieron a mi lado cuando el barco estaba a punto de hundirse. Afortunadamente conseguimos recuperarnos y aquí seguimos, endulzando la vida a la gente”.

Onésimo pertenece a esa estirpe de comerciales empedernidos, que lo son las 24 horas los 365 días del año. No en vano, confiesa que trabajar es una de sus principales aficiones. “Ser vendedor me apasiona y disfruto muchísimo. Nunca me cansaré de tener contacto con mis clientes”, sostiene.

RSC

El consumidor es muy exigente, y el ámbito de los productos de confitería no es una excepción. Por ello, Onésimo asegura que la empresa debe “adaptarse a los nuevos tiempos, porque si te quedas atrás estás perdido”. Buena prueba de ello es que la compañía familiar siempre ha cuidado a las personas con intolerancias alimentarias al huevo, gluten o leche, y todos los productos de la marca Migueláñez están elaborados con colorantes naturales. Asimismo, recientemente ha lanzado una gama de golosinas veganas, “porque hacía tiempo que los consumidores nos pedían productos que no tuvieran ingredientes de origen animal. Y por supuesto, trabajamos para que nuestro packaging sea cada vez más sostenible”.

Migueláñez se define como una empresa “comprometida con la sociedad”, y como tal, cuenta con una política de RSC muy activa. El buque insignia de este área tiene nombre y apellidos: Sonrisas Dulces, una iniciativa que puso en marcha Mario, el hijo de Onésimo que estuvo 2 décadas al frente de la compañía junto a su padre hasta que falleció en un accidente en el año 2016. Con la citada campaña, Migueláñez recauda fondos cada año para diferentes fundaciones y ONG que trabajan para mejorar la vida de muchos niños.

Más información en el número de marzo de la revista Castilla y León Económica

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