En un territorio yermo que se está convirtiendo en un desierto poblacional en la mayor parte de las zonas rurales, a las empresas dinámicas asentadas en esos espacios les resulta complicado, cuando no imposible, encontrar pisos para que sus nuevos empleados puedan alquilarlos o adquirirlos. Un ejemplo de esta preocupante situación lo encontramos en Aguilar de Campoo (Palencia), donde Galletas Gullón, principal fabricante de Europa con una plantilla de más de 2.200 trabajadores y que prevé alcanzar los 3.000 empleos directos en 2030 con 100 incorporaciones anuales hasta esa fecha, se ha visto obligada a buscar alternativas como la recientemente firma de un acuerdo de colaboración con una inmobiliaria local para facilitar a sus empleados el acceso a una vivienda en la Montaña Palentina. El convenio contempla beneficios tanto para los operarios de la empresa centenaria como para los propietarios que decidan vender o alquilar sus pisos a estos trabajadores.
Sin salirnos de la citada localidad, el pasado mes de marzo Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, y María José Ortega, alcaldesa de Aguilar de Campoo, rubricaron un protocolo para impulsar el Plan Regional de Vivienda en el Ámbito Territorial Vega de las Claras para la urbanización de cerca de 20 hectáreas y la construcción de más de 800 pisos, en su mayoría de promoción pública, con una inversión de 17 millones. Tal como explicó Fernández Mañueco, con esta iniciativa se presente atender la creciente demanda habitacional de los trabajadores del entorno y a su vez facilitar que las familias y los jóvenes que lo deseen puedan desarrollar en esta localidad su proyecto de vida. Y es que, aunque cueste creerlo, el principal problema que tienen compañías como Gullón no es la transformación digital, ni la expansión en los mercados exteriores, ni la innovación, ni la logística, ni el alza de los costes, sino algo tan mundano como la dificultad de sus empleados para encontrar una casa.
El caso de este municipio palentino es sólo un reflejo de los inconvenientes que se registran en otras localidades rurales de nuestra extensa comunidad autónoma en las que existe un pujante sector empresarial. Hace poco, un empresario industrial de la dinámica Sanchonuño (Segovia) me confesaba que su principal preocupación es ver las complicaciones que tienen sus nuevos empleados para encontrar vivienda en la zona, por lo que estaba barajando la posibilidad de construir pisos para ofrecérselos a su plantilla. “Pero ni soy promotor inmobiliario ni quiero desviar mis recursos económicos a levantar complejos residenciales en vez de destinarlos al crecimiento de mi fábrica”, me confesó.
Mentalidad urbanita
A la dificultad de atraer talento a las zonas rurales por la mentalidad urbanita de nuestra sociedad -vete y dile a un joven que tiene que trabajar en una localidad de menos de 5.000 habitantes-, se le une ahora que no hay viviendas para estos empleados en unos pueblos con miles de casas vacías. Este escollo afecta de lleno a 2 de nuestros principales sectores en el ámbito rural, como son la agroalimentación, donde somos las tercera potencia de España con una facturación global cercana a los 16.300 millones, y el turismo, que presta servicios a más de 9 millones de visitantes al año.
En una comunidad autónoma donde en algunas zonas se ha registrado una pérdida de población de hasta el 20% en las 2 últimas décadas, con un progresivo envejecimiento con municipios donde el 65% de la población tiene más de 45 años y donde la tasa de natalidad es claramente insuficiente para garantizar el relevo generacional, nos encontramos con que no existe suficiente oferta en el mercado inmobiliario para acoger a los que quieren labrarse un futuro en estas tierras. Lo dicho, paradojas de la Castilla y León vaciada que ralentizan el crecimiento de sus empresas, dificultan la contratación de trabajadores y, por ende, paralizan la apremiante revitalización de las deprimidas zonas rurales.
Que fácil es censurar un comentario porque pone en evidencia que no se tiene razón. En el comentario no se decía nada ofensivo, ni era mentira, pues se respaldaba con datos.