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Al sur de Buenos Aires, la belleza austral de la Argentina

Por: Luisa Alcalde, socia fundadora de Castilla y León Económica
De la animada capital bonaerense de elegante estética europea al paisaje inhóspito del Fin del Mundo en Ushuaia, puerta de entrada a la Antártida
Puerto Madero.
El pujante Puerto Madero, una zona frente a la bahía con edificios industriales de ladrillo rojo reconvertidos en ‘lofts’ y restaurantes y con modernos rascacielos para apartamentos de lujo.

Es muy agradable aterrizar en Buenos Aires cuando el verano austral tiñe de malva y amarillo las avenidas y parques por los árboles jacarandá y pita, elegidos por el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays, para dar color a una ciudad de 3 millones de habitantes, a los que hay que sumar otros 13 más del cono urbano bonaerense. Esta megalópolis, capital de Argentina, concentra más del 30% de la población del país. Con una superficie 200 kilómetros cuadrados y un perímetro de 57 kilómetros, Buenos Aires es desmesurada como el amor que le profesan sus habitantes, los porteños; apasionada como el tango que nació en el puerto del Río de la Plata -ese caudal que en su desembocadura, la más ancha del mundo, parece un océano-; y elegante como una urbe europea, por haberse convertido en un mosaico donde conviven modernas construcciones con antiguas palacios y casonas coloniales, museos, teatros, cafés y musicales, muy inspirados en las construcciones parisinas o londinenses.

Ciudad literaria, retratada por ilustres escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Adolfo Bioy Casares, contrastan sus distritos exclusivos como el de Recoleta, donde priman los edificios del siglo XVIII o XIX de estilo francés o italiano, hoy en día convertidos en embajadas u hoteles de lujo (como el Four Seasons o el Palacio Duhau, ideal para alojarse), y con un cementerio digno de visitar; con los barrios más populosos y llenos de sabor, como el de San Telmo, con sus viejos edificios, tiendas de antigüedades y mercados de artesanía; o el de La Boca, famoso por los brillantes colores de las casas de Caminito y por el honor de haber sido el lugar de nacimiento de 2 de los mitos más adorados de Argentina: el Tango y Maradona. Pero también hay que recorrer la avenida 9 de julio, la más ancha del mundo con 140 metros, y llegar a la Plaza de Mayo, diseñada por Juan de Garay, que alberga la Casa Rosada, el Cabildo y la Catedral. Y en los confines del centro histórico, es preciso pasear la calle Florida -la más comercial, con las selectas galerías Pacífico- y la Avenida Corrientes y sus alrededores, con sus librerías como la famosa El Ateneo, cafés literarios como Tortoni, teatros y pizzerías.

De izquierda a derecha, el lujoso Hotel Palacio Duhau-Park Hyatt, ubicado en el burgués barrio de Recoleta en Buenos Aires; Caminito de La Boca; y el animado Mercado de San Telmo.

Gastronomía argentina

Para degustar dos clásicos de la gastronomía argentina es preciso probar el asado de carne de vaca, un arte que dominan para ensalzar excelentes piezas como el ojo de bifé, bifé de chorizo, asado de tira y lomo; y la cocina italiana, incorporada como propia por la gran influencia de los emigrantes italianos venidos hasta estas tierras, en las grandes migraciones de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Para la primera opción, es muy recomendable el restaurante Cabañas Las Lilas, en Puerto Madero, un barrio de reciente construcción, que enmienda la histórica tradición de Buenos Aires de dar la espalda al río y recupera así el puerto poniendo en valor los antiguos galpones reconvertidos ahora en restaurantes o lofts. Para la segunda, el restaurante italiano Piegari, próximo al Four Seasons, permite disfrutar con sabrosas pastas caseras.

Para garantizar un segundo viaje a la que sin duda es la capital más europea de Hispanoamérica, es obligatorio asistir a un espectáculo de tango para enamorarse de la pasión porteña. Una alternativa muy apetecible, que casi roza el cabaret, se ofrece en el sobrio y elegante Hotel Faena, en Puerto Madero.

Canal de Beagle con Ushuaia al fondo y el conocido como el Faro del Fin del Mundo, aunque el que inspiró la famosa novela de Julio Verne se ubica en otro islote.

El Fin del Mundo

Tras el paso por Buenos Aires, el objetivo es visitar uno de los mayores atractivos que posee este extenso país (con una superficie de 3,7 millones de kilómetros cuadrados, aproximadamente cinco veces España), como es Ushuaia. En esta nación de extremos, se encuentra la ciudad más austral del planeta. Más al sur, sólo está la Antártida. Y por eso Ushuaia, así se llama esta urbe de 110.000 habitantes, es el principal puerto marítimo para navegar hasta el Continente Blanco, tanto para las expediciones científicas, como para los cruceros turísticos, que atracan en el Canal de Beagle.

Ubicada en la zona argentina de la isla más grande de Tierra del Fuego, se creó con el objetivo de consolidar su soberanía en un archipiélago compartido con su vecino Chile, a través de la construcción de una prisión de alta seguridad, al estilo de la cinematográfica Alcatraz, como punta de lanza del establecimiento de un asentamiento permanente en un lugar donde compiten a partes iguales su extraordinaria belleza con uno de los climas más extremos de la tierra. Así, en un día de su verano austral puedes pasar de una primavera fresca a una ventisca con nieve, cuando se visitan, tras una travesía náutica, los leones marinos de las islas de Ecleireurs y su mal llamado Faro del Fin del Mundo, pues el que inspiró la famosa novela de Julio Verne se ubica en otro promontorio rocoso.

El Tren del Fin del Mundo, que es el ferrocarril en funcionamiento más austral del planeta, atraviesa desde 1909 un paisaje virgen al conectar Ushuaia con el Parque Nacional Tierra del Fuego.

Un lugar lleno de magia pero de dureza excesiva no apto para los urbanitas del hemisferio norte. Con razón los Yámanas y Onas, aborígenes originarios de estas tierras que se alimentaban fundamentalmente de pescado, se cubrían los cuerpos con grasa de ballena para soportar las bajas temperaturas mientras se sumergían en estas aguas gélidas y también cubrían sus pies con pieles de guanaco (una especie de llama autóctona), lo que dejaba unas grandes huellas en la tierra y dio origen al epíteto con el que los descubridores españoles bautizaron a estos indios, patagones, y de ahí el nombre de Patagonia para esta región austral de Argentina. Una toponimia singular como poética es Tierra del Fuego, expresión que utilizó Fernando de Magallanes, descubridor de esta región e iniciador de la primera vuelta al mundo que culminaría Juan Sebastián El Cano, cuando al arribar a sus costas vio las hogueras encendidas por las tribus para calentarse.

Ushuaia, el fin del mundo o el principio de todo, como dicen los lugareños, es la capital de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Rodeada al oeste por los montes Marital y al este por las montañas Olivia y Cinco Hermanos, ofrece un paisaje genuino con la combinación de cordilleras, mar, glaciales y bosques. Además de dejarse hechizar por la belleza de los cruceros que navegan el Canal de Beagle (descubierto por la expedición británica encabezada por el capitán Fitz Roy, quien lo bautizó en honor a su insigne bergantín El Beagle, en la que navegó Charles Darwin en su viaje de investigación a esta parte del mundo), es imprescindible recorrer el Parque Nacional de Tierra del Fuego y tomar el Tren del Fin del Mundo. Este representativo paseo, que recrea los últimos siete kilómetros de los 25 originales que hacían los presos del penal de Ushuaia para recolectar madera y construir así el penal y posteriormente el asentamiento urbano, permite al viajero adentrase en una naturaleza abrupta y cuasi virgen, llena de profundos valles boscosos de lengas y guindos, surcados por ríos como el Pipo (que lleva el nombre de un preso que intentó escapar), lagos y cascadas como la de la Macarena, que alternan con turbales, cementerios de árboles y afloramientos de origen glaciar. En un viaje asombroso, que se puede hacer en primera clase de este pequeño ferrocarril a vapor, es fácil ver parte de su fauna como el fiel cauquén (el ganso sudamericano), mientras que los guanacos fueguinos y los zorros colorados son más esquivos.

Típicas tabernas marineras de Ushuaia con una generosa carta de pescados y mariscos de la zona, en las que confluyen turistas, marineros experimentados y parroquianos fueguinos.

Gastronomía fueguina

Para saborear la vida en esta turística población, que ha dado nombre a una de las discotecas más famosas del mundo como es Ushuaia Ibiza, y que también saca partido de su temporada alta de esquí, es preciso visitar la prisión origen de la localidad, ahora convertida en museo, y transitar por su principal arteria comercial. Y, por supuesto, degustar la gastronomía local basada sobre todo en marisco y pescado, fundamentalmente centolla y merluza de lomo negro. Algunas opciones recomendables son el restaurante Kaupé, representativo de un nuevo tipo de cocina más elaborada que está aflorando en la ciudad gracias al turismo internacional -alrededor de 400.000 visitantes al año-, con un menú degustación donde no puede faltar La centolla al natural y La merluza en papillote, pero también el Ceviche suave de vieira como entrante; además de otras tascas auténticas como La Cantina de Fredy o la Casa del Marisco, con platos para el recuerdo como la Empanada de Centolla o el guiso marinero La cazuela de Pulpo y centolla o los Mejillones a las hierbas provenzales, frecuentadas por turistas y locales y hasta marinos mercantes. Ambiente heterogéneo y divertido en el fin del mundo.

Para alojarse, las Hayas Resort compensa la lejanía a la ciudad con unas vistas de ensueño sobre la bahía de Beagle y las montañas Olivia y Cinco Hermanos. Con una categoría de 5 estrellas, sus habitaciones sus correctas y ofrece un spa, muy apreciado por los esquiadores en temporada, tras disfrutar de unas pistas con nieve de gran calidad. A través de sus ventanales se pierde una mirada absorta en un majestuoso paisaje denominado, con acierto, como el Fin del Mundo.

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