Hasta un niño nacido en una choza de barro y paja puede llegar a ser un gran empresario

Por: Alberto Cagigas, director de Castilla y León Económica
Choza de África.
Haile Gebreselassie vivía junto a su padre, pastor, y 9 hermanos en una choza de barro y paja ubicada en una aldea de las tierras altas de Etiopía. De niño, recorría 20 kilómetros diarios para ir y volver de la escuela, en un tortuoso trayecto que le marcó de por vida.

Reconozco que de las conferencias motivadoras a las que he asistido en los últimos años, las que más admiro y de las que más aprendo son las impartidas por destacados deportistas, dadas las evidentes similitudes con el mundo de la empresa, donde el innato talento no vale para nada si no va unido al esfuerzo, el sacrificio, el trabajo en equipo, la ambición por superarse, la fuerza mental para sobreponerse a los fracasos, la constancia, la concentración permanente, el aprendizaje continuo, la resilencia ante la adversidad, la planificación con objetivos realistas, el liderazgo o la renuncia a una parte de tu vida privada, entre otros.

De esas charlas, recuerdo especialmente la de David Meca, quien pasó de ser un niño con serios problemas físicos a convertirse en el nadador internacional más importante de todos los tiempos en aguas abiertas; y la de Toni Nadal, tío y entrenador del tenista Rafael Nadal (con 22 Grand Slams), quien explicó con humildad las pautas aplicadas para que su sobrino llegara a ser el mejor deportista español de todos los tiempos, con unos principios que nos sirven tanto para la vida personal como para la gestión de una empresa: “trabajo duro, esfuerzo mental y buscar soluciones a las adversidades”.

Haile Gebreselassie

Recordé esas ponencias en un reciente viaje a Etiopía, esa gran una potencia mundial en atletismo de medio y largo fondo, al leer el testimonio y las reflexiones de Haile Gebreselassie en el excelente libro Addis Addis, del periodista gallego Carlos Agulló, cuya obra no trata de deporte, sino que ofrece una completa visión de Addis Abeba, una capital trepidante llena de hirientes contrastes en la que te encuentras una pudiente élite disfrutando del lujo en fastuosos restaurantes y hoteles como el Sheraton o el Hilton, en una urbe donde se calcula que hay 60.000 niños de la calle buscándose la vida según amanece.

Pero volvamos a Haile Gebreselassie, un ídolo para los que cuando corremos media maratón aspiramos a que no nos echen de la carrera por llegar fuera del tiempo límite, quien con 27 récords del mundo y distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes de 2011 es, tal vez, el mayor caso de superación del que tengo conocimiento en el deporte. Les recuerdo que Haile Gebreselassie vivía junto a su padre, pastor, y 9 hermanos en una choza de barro y paja ubicada en una aldea de las tierras altas de Etiopía. De niño, recorría 20 kilómetros diarios para ir y volver de la escuela, en un tortuoso trayecto que le marcó de por vida.

“Cuando vivía en el campo, eran tiempos muy duros, trabajábamos mucho, todo el día, un trabajo que aún hoy no sé muy bien cómo lo puede hacer un niño. Aquello era mucho más duro que lo que vino después. Por mucho esfuerzo que te exija el entrenamiento y la competición al más alto nivel, no creo que fuese tan difícil como aquello. Trabajábamos 12 ó 14 horas diarias, había que levantarse muy temprano, atender al ganado, hacer los trabajos del campo, caminar kilómetros para traer agua, recoger leña para cocinar, ir a la escuela caminando 10 kilómetros, regresar a casa y volver a las tierras a recoger el ganado, ordeñar las vacas. Así un día tras otro”, rememora el mítico atleta, que hoy en día es un exitoso empresario al frente de compañías con más de 1.000 trabajadores y con intereses en los sectores inmobiliario, construcción, educación, turismo, agricultura y automoción. Su testimonio, desde luego, ilustra cómo se puede triunfar partiendo del extracto social más bajo.

Trabajo serio, duro y constante

Desde sus primeros éxitos, Haile Gebreselassie se ha volcado en el desarrollo de su país, pero no con dádivas, sino con la máxima de que cada uno debe de responsabilizarse de su destino. “Sobre todo, lo que hace falta son ejemplos de trabajo serio, duro y constante. La gente tiene que aprender a trabajar y a comprometerse con su propio futuro”. En su opinión, “no vas a cambiar la vida de las personas dándoles dinero, lo que yo intento es contribuir a que la gente tenga educación y sanidad -tan necesaria en un país donde mueren 4.000 niños al día- y darles la oportunidad de trabajar”.

Todo un ejemplo de un hombre menudo que vive a miles de kilómetros de España y cuyas lecciones se tendrían que divulgar en un país como el nuestro, donde una cada vez mayor parte de la sociedad ignora valores como los defendidos por Haile Gebreselassie, aquel niño de una perdida aldea etíope que llegó a ser considerado el mejor fondista de todos los tiempos y cuyas máximas le han convertido en un gran empresario en una tierra paupérrima.

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