La política monetaria sigue marcando el devenir del ciclo económico actual. Los gobiernos occidentales se resisten a aplicar políticas fiscales contractivas -ésas que afectan al gasto público y a la presión fiscal- que contribuyan a detener la escalada de precios y, por el contrario, en una huida hacia delante, arman estrategias y relatos para seguir contribuyendo a la emisión de deuda a través de una política monetaria expansiva de la que todos participan, pero de la que muy pocos hablan.
Esta tendencia siempre responde a una cuestión de supervivencia del modelo financiero que prevalece especialmente impulsado por las economías occidentales. Vivimos, tal y como ya hemos apuntado en informes de opinión de este post, en un estado global de deudocracia, ésa que no hace sino crecer en las grandes economías occidentales aún a riesgo de mantener altos y medios niveles de inflación que afectan esencialmente a clases medias y bajas a través de emisiones monetarias infinitas que se sustenta mayoritariamente en la emisión de deuda pública sin una cobertura económica y productiva real.
Este empobrecimiento gradual de las rentas por causas inflacionarias debería ser motivo más que suficiente en el cambio de las estrategias y políticas económicas por parte de los grandes bloques económicos del panorama internacional. Sin embargo, hay un motivo también inconfesable para no aplicar políticas firmes de contención de esta infinita deriva deudocrática internacional: la inflación que esa política monetaria expansiva provoca a medio y largo plazo es uno de los principales aliados de los gobiernos para diluir parte de la deuda pública. Es decir, la inflación es un agente nocivo para la evolución de la economía, pero desde la perspectiva pública, es un aliado en el corto plazo por su capacidad para diluir parte de la deuda pública con el efecto recaudatorio fiscal.
Ni siquiera aquellos gobiernos recién llegados al poder con promesas y propuestas de contención u ortodoxia presupuestaria se han cortado lo más mínimo en actuar casi inmediatamente de forma contraria a lo que proponían. El cortoplacismo en el que se vive obliga a decisiones de apaño que contribuyen a condenar a generaciones futuras a soportar un empobrecimiento de su capacidad adquisitiva como consecuencia del considerable nivel de deuda generado por esta política monetaria expansiva. Con esta afirmación no defiendo en ningún caso que la deuda pública no sea necesaria, al contrario, es un instrumento de gran utilidad para cubrir servicios públicos e inversiones públicas, pero en la medida en que se abuse de este instrumento se está condenando a generaciones futuras a ser esclavas o cautivas de una deuda que no sólo obliga a imponer medidas fiscales confiscatorias sobre empresas y ciudadanos, sino que también condena al sistema productivo a invertir en amortización de gastos financieros estériles, marginando una parte muy significativa del presupuesto que debería ser dedicado a la inversión en innovación, en infraestructuras productivas o en otro tipo de medidas que amparen la inversión privada y la creación de empleo.
Evolución de la deuda pública mundial
Si revisamos someramente la evolución de la deuda pública mundial durante los últimos 20/25 años, comprobaremos cómo el crecimiento de ésta es mucho mayor que el crecimiento del PIB global, es decir, se crea deuda sin tener un soporte productivo real que ampare esa creación. La creación de la deuda pública se basa en un axioma falso de esperanza de crecimiento económico que no siempre ocurre. El sistema de creación de deuda pública es en sí mismo desleal con nuestras futuras generaciones y falaz en su concepción. Beneficia a los mercados financieros y condena a nuestros descendientes a un futuro económico lastrado por los grilletes de la propia deuda pública.
Este proceso de creación de deuda sería mucho más comprometido con el desarrollo futuro y el bienestar de las futuras generaciones si viniera obligatoriamente acompañado de medidas de control presupuestario más ortodoxas y de inversión en infraestructuras productivas y generación de riqueza. Sin embargo, el cortoplacismo del sector público presionado por las sensibilidades sociales y especialmente por algunas urgencias políticas le resta efectividad a un proceso -el de la creación de deuda pública- que, siendo necesario para sostener parte del sistema de coberturas públicas y sociales, debe estar controlado por criterios de ortodoxia presupuestaria para evitar precisamente la degradación del Estado del Bienestar a largo plazo, es decir, para velar por el bienestar de las generaciones venideras.
Hace 20 años, la deuda pública mundial superaba los 40 billones de dólares y representaba el 30% del PIB global. 20 años después el volumen de deuda pública mundial se sitúa en 102 billones de dólares (más del doble de hace 20 años) y el grado de endeudamiento en relación con el PIB mundial es del 93% (más del triple que hace 20 años), es decir, crece más rápido el apalancamiento sobre la producción real que la propia deuda pública.
Para controlar la evolución de la deuda pública y tratar de corregir desviaciones en los ciclos económicos desde el ámbito público, contamos con medias fiscales y monetarias. Vaya por delante que no hay política monetaria o fiscal buena o mala. Ambas políticas constituyen instrumentos del sector público para influir sobre determinados ciclos económicos. Ambas son buenas si fomentan la actividad económica y el empleo. Ambas son perniciosas si tratan de salvar o maquillar el corto plazo a costa de condenar el futuro de las generaciones venideras.
El problema radica en que llevamos demasiados años en los que los bloques de economías occidentales, supuestamente economías de mercado, tratan de aplicar siempre el mismo esquema de medidas monetarias expansivas largoplacistas para provocar falsos y fáciles crecimientos económicos, aún a expensas de condenar a sus propios territorios a una inflación estructural y a un endeudamiento y déficit que va marginando la capacidad de crecimiento de las economías en base a criterios de mercado.
Si analizamos la situación económica actual de los principales territorios o economías occidentales y las políticas económicas que están aplicando, podremos entender con más precisión la correlación entre estas políticas y el peso de la deuda pública que condicionan la evolución de sus economías, de nuestras economías.
Alemania
El gran motor de la economía de la eurozona lleva 2 años de freno en su crecimiento. Con cifras e indicadores que reflejan una ralentización de su economía, Alemania ha visto su productividad mermar, su industria resentirse, sus exportaciones disminuir y su empleo industrial resentirse de un proceso peligroso de desindustrialización.
La política energética de este país, últimamente vinculado a una sola fuente energética que procedía de Rusia (gas) en detrimento de un abanico más amplio de fuentes energéticas (incluida la nuclear), se ha demostrado fallida. El incremento en los precios energéticos, los fallos estructurales en el acceso a capital humano, la baja productividad y las tensiones geopolíticas han llevado a un país industrial a caer en una recesión que amenaza con destruir una parte importante de su tejido empresarial.
Esta deriva ha tumbado el último bastión europeo (debería decir mundial) de la ortodoxia presupuestaria que, para el caso alemán, se había llegado a institucionalizar a través del denominado freno de deuda, concepto instaurado en su constitución que obligaba al Estado a no superar el un déficit público del 0,35% de su PIB. Pues bien, el nuevo Ejecutivo alemán ha suprimido esta obligación en un claro reconocimiento de la situación de gravedad que su economía atraviesa y cuya media paliativa -que no sanadora- es incrementar el gasto público para que sea el sector público el que trate de atenuar la evolución recesiva de la economía alemana de forma coyuntural, de momento.
En definitiva, Alemania se apunta a la tendencia aplaudida por las élites financieras de generar más deuda. Para financiarla, realizará emisiones públicas de títulos en una política de impulso al gasto público y la expansión monetaria sobre la que el país teutón ha venido guardando un estricto celo presupuestario.
De momento se va a beneficiar de los comedidos tipos de interés que el Banco Central Europeo ha venido reduciendo durante buena parte del año 2024 y el año 2025, reducción inducida para cubrirse de una depreciación del dólar que ya empieza a notarse y para cuidar la deuda de los principales motores europeos, Alemania, Francia y en menor medida Italia y España. Una repentina e indeseable subida de tipos afectaría a las principales economías de la Eurozona tensionando las obligaciones financieras de estos Estados y poniendo en riesgo la credibilidad de la deuda de estos países.
En todo caso, para acompañar esta peligrosa tendencia, es necesario impulsar el relato oficial al que se han venido apuntando desde la UE y en menor medida desde EE UU de un ciclo de inflación controlada.
Francia
El agobiante déficit público francés – casi el 6% en el año 2024- que duplica el límite del 3% establecido por la UE, se ha convertido en uno de los grandes riesgos de la economía del sistema financiero de la Eurozona. Una quiebra de la economía francesa ante una eventual subida de tipos arrastraría sin ninguna duda a la ya tocada economía de la Unión Europea. Para el caso español sería especialmente grave y ni qué decir tiene para los intereses de la economía de Castilla y León, una región que depende en un 25% de las exportaciones a Francia.
Las medidas que el nuevo primer ministro francés, François Bayrou, ha hecho públicas, incluyen un recorte del gasto público, recorte de empleos públicos e incrementos impositivos por distintas vías, es decir, una política fiscal contractiva que busca estabilidad económica y reducción del déficit público aún a riesgo de provocar una contracción de la economía francesa que a buen seguro se va a producir por estas medidas.
Se podrán imaginar, a nada que conozcan cómo se las gastan en nuestro país vecino del norte cuando se recorta el gasto público, que nos espera un segundo semestre de año plagado de protestas y movilizaciones. Para que un país como Francia, que ha venido abanderando el Estado del Bienestar desde hace siglos, esté tomando estas decisiones tan contrarias a sus propios principios, nos podemos hacer una idea de la gravedad del boquete que las finanzas públicas francesas presentan.
La reducción prevista por parte del ejecutivo francés del déficit en 43.8 billones de euros (~1.5 % del PIB francés) para 2026 se antoja una medida muy drástica para una economía acostumbrada a no sufrir ajustes en su gasto público, y menos, en lo que se refiere a las inversiones en estructuras y servicios públicos.
UE
Así pues, tenemos a las 2 principales economías de la UE tomando políticas contrarias sobre una economía igualmente gripada. En un caso, Alemania apuesta por una política monetaria expansiva de más gasto público para salvar una industria herida de muerte en sus bases, mientras que Francia apuesta por una política fiscal contractiva para tratar de poner coto a su insoportable déficit público.
En el caso alemán, la inercia de estas medidas llevaría a un riesgo inducido de impulso a la inflación de la Eurozona. Por el contrario, Francia y su política fiscal contractiva congelaría o contraería su actividad económica generando una disminución sobre la presión de los precios. Todo esto sobre el papel y en puridad de la teoría económica. Hay otros muchos factores a considerar que tensionarán los precios, especialmente el efecto arancelario que ya viene contagiando la economía internacional junto a la más que presumible presión inflacionista de los hidrocarburos por las tensiones en las cadenas de suministro y por las crisis bélicas.
Éstas son algunas de las razones que han llevado al Banco Central Europeo a empezar a diluir las expectativas de una bajada de tipos de interés al mismo ritmo de lo que venía haciéndolo durante el último año. En la última reunión del BCE, la institución monetaria europea ha decidido pausar la bajada de tipos después de 8 bajadas consecutivas en el último año y medio.
Debemos tener en cuenta que actualmente el tipo oficial de interés de la zona euro (2%) es la mitad del tipo de interés que se aplica en EE UU (más del 4%). Las últimas bajadas de tipos en la Eurozona que tratan de proteger la deuda pública de los principales países europeos en un momento de contracción económica. Además, esas bajadas de tipos trataban de proteger al euro frente a la amenaza de una depreciación del dólar fomentada por el ejecutivo norteamericano. Este escenario reactivo sobre la manipulación de los tipos de interés ha propiciado un panorama ciertamente desigual en uno y otro bloque económico. El dólar se ha venido depreciando frente al euro en un 15% en el último año, algo que resta también competitividad a la economía europea en sus exportaciones (lo que nos faltaba…).
La decisión del BCE de pausar la bajada de tipos se antoja como una decisión prudente y necesaria para salvaguardar algo de margen ante eventuales necesidades de más bajadas del tipo de interés en Europa si es que se llegara a un proceso más grave de paralización de la economía de nuestro continente.
La previsión sobre la inflación en lo que queda de año para los medios oficiales y oficialistas ronda el 2%. En mi opinión, esta previsión es algo optimista ya que para ello han previsto una bajada en los precios energéticos (no se dará) y una fortaleza del euro. Si así fuera y realmente se confiara en un control definitivo de la inflación en la zona Euro, el Banco Central Europeo habría continuado con la bajada de tipos en lugar de mandar un mensaje de contención al mercado.
EE UU
El líder económico mundial tiene sus propias debilidades incrustadas en sus cuentas públicas. EE UU cuenta con una deuda pública elefantiásica a la que debe hacer frente especialmente en el año presente. La evolución de la deuda pública norteamericana ha experimentado en los últimos 20 años un crecimiento nunca conocido (atravesando una crisis financiera, crisis pandémica y crisis inflacionaria), pasando de 8 billones de dólares americanos de deuda pública (un 62% del PIB de EE UU) en el año 2005 a los más de 36 billones de dólares de deuda pública (un 124% del PIB) en la actualidad.
La gravedad del tamaño de la deuda pública del país se acentúa en el corto plazo, ya que más de 10 billones de dólares del total de su deuda pública deben ser amortizados o refinanciados en este año 2025 en un entorno financieramente hostil a sus intereses, con tipos demasiado altos y cierto recelo internacional -por primera vez en la historia moderna- sobre la solvencia de los títulos de emisión de deuda del gigante norteamericano, lo que ha hecho que los tipos a largo plazo de sus bonos se estén disparando a máximos y el dólar se esté debilitando por una falta de confianza internacional en la capacidad de ese gran mercado para afrontar las obligaciones de dicha deuda, reduciendo la demanda exterior sobre la divisa y la deuda estadounidense, algo impensable fechas atrás.
Ésta es una de las razones de la vehemencia con la que el ejecutivo de EE UU está abordando las negociaciones de todo tipo (arancelarias, financieras, industriales, comerciales); tiene premura por cambiar rápidamente el orden económico establecido.
No todo va de aranceles, si bien éstos son la punta de lanza de la estrategia del ejecutivo de EE UU para propiciar un cambio de orden internacional, me atrevería a decir que la política proteccionista arancelaria es la primera línea de un marco de actuaciones que incluyen políticas de fomento a la exportación de productos y sectores regulados (defensa e hidrocarburos), ajustes en las condiciones de emisión de su deuda, intento por inducir una devaluación de la moneda en base a una mayor actividad exportadora, búsqueda de un equilibrio entre una divisa lo suficientemente asequible para las exportaciones y lo suficientemente creíble para seguir siendo la divisa mundial de referencia, y desarrollo de una solución a corto plazo sobre el déficit presupuestario que evite las graves repercusiones que implicaría una falta de solvencia en las cuentas públicas de aquel país para los intereses económicos de EE UU. A medio y largo plazo, la estrategia parece centrarse en revertir el carácter altamente deficitario de su balanza comercial y la pérdida gradual de tejido industrial en el país.
Defensa e hidrocarburos, entre los sectores beneficiados
Las industrias norteamericanas de la defensa e hidrocarburos se encuentran entre los principales beneficiados de la política económica de negociación sobre aranceles que EE UU trata de imponer en el plano internacional con negociaciones bilaterales con Reino Unido, China, Japón y la UE principalmente.
Curiosamente, el domingo 27 de julio se hizo oficial un acuerdo arancelario entre la UE y EE UU para la fijación de un arancel del 15% de los productos europeos que se exportan a EE UU. Tiempo habrá de hablar de este acuerdo por el que EE UU fija un arancel 6 veces mayor que el arancel medio que estaba fijado a principios de año desde EE UU a la UE, y que también incluye compromisos sobre compras de la UE a la industria de seguridad y a la industria de hidrocarburos de aquel país.
Seríamos demasiado ingenuos si pensáramos que esas negociaciones se circunscriben únicamente a un escenario de negociación de aranceles recíprocos. En el marco de negociación se encuentra la política de defensa y seguridad con la potentísima industria de EEUU en este sector, la política energética, la estrategia sobre materiales críticos para la industria y las titularidades de los activos financieros públicos adquiridos por los países y bloques con los que EE UU negocia y sobre los que el Ejecutivo del presidente Trump guarda especial celo o temor ante una eventual tendencia internacional de vender los títulos de deuda pública de EE UU, proceso que podría provocar un terremoto financiero internacional con el derrumbe del precio de estos títulos y la subida de los tipos de interés sobre los mismos.
Si hablamos de crisis, el gran temor en el plano financiero internacional es que todas estas tensiones y guerras comerciales desatadas conduzcan a una crisis financiera internacional inducida por una crisis de deuda y animada o alimentada por una guerra de divisas.
Quizás ésa es una de las razones por las que la siempre paciente estrategia china viene desarrollando con socios/aliados de su marco de operaciones económicas (BRICS) un proyecto de creación y emisión de una moneda digital con referencia o cobertura a patrones que puedan estar vinculados a materiales críticos de los que la economía china es principal proveedor internacional. Esta estrategia busca crear una moneda alternativa al dólar americano que facilite estabilidad y credibilidad a las operaciones comerciales del gigante oriental. En ningún caso podrá sustituir a la divisa de referencia mundial, pero con el tiempo y en la medida en la que la economía china sea capaz de consolidar su crecimiento, esta estrategia de impulso a una moneda alternativa al dólar estadounidense desde el gobierno chino será una amenaza sobre el liderazgo de EE UU en el panorama económico internacional.
EE UU, por su parte, reacciona con un proyecto de cierta ingeniería financiera para sus intereses: las Stablecoins. Estas criptomonedas surgen como alternativa al rechazo del Ejecutivo norteamericano al impulso de un dólar digital.
Para ello, promueve la emisión de criptomonedas digitales en paridad al dólar por parte de corporaciones privadas estadounidenses de tal forma que para emitir las mismas, el Tesoro de EE UU debería autorizar esa operación siempre y cuando la institución o corporación que lo hiciera adquiera o compre bonos de EE UU o deposite la misma cantidad de dólares en la cuenta del Tesoro. En definitiva, el resultado de toda esta ingeniería monetaria es la emisión de deuda de EE UU adquirida por las grandes corporaciones, las cuales serán autorizadas a emitir criptomonedas propias en la misma cantidad o valor, mientras se siguen imprimiendo dólares y comprando deuda del país con la que financiar su gasto público.
Buena parte de las tensiones internas que el Ejecutivo de EE UU ha tenido durante las últimas semanas y que, por ejemplo, han culminado con la abrupta salida de Elon Musk del Ejecutivo del presidente Trump, viene por la aparente traición a los principios de estabilidad presupuestaria pública del país. La prevista reestructuración del gasto público y potenciación de la inversión privada norteamericana se ha visto altamente condicionada por la necesidad de sostener servicios públicos e inversiones en sectores económicos críticos para el potente mercado de EE UU. Además, se siguen enviando claros mensajes expansivos al mercado financiero que necesita de ese tipo de política monetaria para impulsar sendas alcistas en las valoraciones en Bolsa. Más política monetaria expansiva, aún a costa de arriesgar el temido fantasma de la inflación en un país que vive y consume como ningún otro mercado en el mundo.
Esta situación de fino equilibrio tensa la discutible política arancelaria de EE UU que ve en los ingresos generados por los aranceles una salida a la necesidad de financiar el gasto público y de cumplir la temeraria y arriesgada promesa electoral de eliminación de parte de la presión fiscal a los ciudadanos estadounidenses. Pues bien, ni un incremento arancelario podrá cubrir las necesidades de ingresos para amortizar la deuda de EE UU, ni un incremento arancelario podrá eliminar toda la presión fiscal a la que el actual Ejecutivo de EE UU se comprometió en la campaña electoral del país durante el pasado año 2024. Está por ver los efectos finales de la política arancelaria, pero lo que a buen seguro va a ocurrir, es un efecto inflacionario sobre los productos a los que se les aplican aranceles.
De ahí que, en esa también fina estrategia de vasos comunicantes, el líder económico mundial tenga que impulsar una política de producción y extracción de sus hidrocarburos (gas y petróleo) en el ya popular lema drill baby drill que hace referencia a la necesidad de perforar y producir más hidrocarburos de las reservas estadounidenses para impulsar la exportación de estos productos y rebajar las tensiones inflacionarias sobre el petróleo en el potentísimo mercado estadounidense. Así se entiende mejor la política de control que EE UU trata de ejercer sobre las terribles tensiones bélicas que se vienen produciendo en Oriente Medio y en las que Irán juega un papel mucho más importante de lo que podemos pensar.
Tendencias de los mercados y de la industria
En definitiva, aunque no pocos estadistas y analistas estén interpretando el momento actual como de una fase de control de la inflación, hay bastantes variables que pueden hacer volver la economía a una senda inflacionaria descontrolada. Es por eso por lo que el BCE decide pausar su reducción en los tipos durante el último año y medio, es por eso (y posiblemente por razones de corte más político) por lo que, a pesar de las tensiones con el ejecutivo de EE UU, la FED estadounidense no acomete una reducción de los tipos de interés, tensionando más si cabe las presiones de aquel gran mercado en la gestión de su monstruosa deuda pública.
En cualquier caso, a pesar de que aparentemente la inflación empieza a estar pivotando algo por encima del deseado 2%, llevamos ya 4 años largos de procesos inflacionarios que han afectado a la economía internacional degradando márgenes de las empresas y poder adquisitivo de las clases medias y bajas. El relato de la inflación está ya controlada es una teoría ignorante y lejana a la realidad. Si después de subir los precios durante 4 años a niveles a los que no estábamos acostumbrados, la inflación sigue creciendo, aunque sea a niveles superiores al 2%, significa que la economía en su conjunto pierde competitividad.
En Europa especialmente habría que analizar si no estamos en un ciclo ya de estanflación, con tipos medios altos y crecimientos casi planos.
Si analizamos los índices previstos de compras del sector manufacturero PMI -recuerden que por debajo de 50 equivale a una posible ralentización/recesión de actividad- sólo España presenta un indicador por encima de 50 puntos que puede indicar una perspectiva de cierto alivio de cara al futuro próximo. El gran problema del sistema económico español radica en la decreciente productividad de nuestra industria. Es cierto que la economía española se ha venido desapalancando especialmente desde la crisis financiera de 2009, sin embargo ese proceso ha restado margen a nuestra economía para invertir en infraestructuras productivas y en innovación, dejando un sistema económico excesivamente dependiente de sectores servicios con poco valor añadido.
Volviendo a las expectativas de evolución de la industria en base al índice PMI, Alemania, Francia, Italia, la UE en general, EE UU y China están por debajo de los 50 puntos. Esta situación internacional que refleja desconfianza e incertidumbre en la industria y su actividad está inmersa en un entorno aún inflacionario, en un entorno de incertidumbre, de crisis y tensiones bélicas, y de mayor proteccionismo internacional a pesar de las negociaciones entre bloques económicos inducidas por el ejecutivo norteamericano que busca un escenario financiero/comercial favorable a sus intereses.
El panorama no es el más adecuado para confiar en una estabilidad necesaria a la hora de confrontar el elefante en la habitación que supone un estado general de deudocracia pública, especialmente en las economías de mercado occidentales.
Una crisis de deuda podría poner en jaque a buena parte de las economías mencionadas, extremo que, si bien afortunadamente aún no se ha dado, no deja de estar en los mentideros financieros de no pocos expertos y profesionales del sector financiero internacional, tal y como comentaba anteriormente.
Sectores industriales como, por ejemplo, la automoción no vive al margen de este proceso de turbulencias de mercados e incertidumbres entre bloques económicos. Existe una tendencia más marcada aún entre los fabricantes europeos y los principales proveedores del sector que apunta a una concentración de empresas ante el reto de ralentización de mercados, el incremento de costes, la falta de productividad, la competencia de industrias chinas, consideraciones éstas a las que en España podríamos añadir la dificultad de acceso a talento y la incertidumbre de una red de distribución energética que no da respuesta ni confianza a los retos de los grandes fabricantes y sus cadenas de valor.
Conclusiones
En definitiva, y volviendo al inicio de este largo análisis, estamos inmersos en un sistema o deriva de creación de deuda pública mundial y en una suerte de compromisos presentes y futuros de pagos sobre esa enorme deuda que necesita de una referencia o cobertura productiva que hasta el momento no alcanza a evolucionar y crecer con la misma velocidad a la que crece la creación de deuda pública.
Las políticas que hoy se usan desde los propios gobiernos para el control y amortización de deuda pública son cada vez más híbridas, mezclando medidas fiscales con medidas monetarias que no han sido capaces de frenar la deriva deudocrática internacional, y lo que es más grave, no han podido provocar un equilibrio necesario entre el crecimiento de la producción y el crecimiento de la deuda global, provocando o generando una economía cada vez más endeudada.
El escenario actual de una economía muy conectada y globalizada debería impulsar una evolución de un mundo más desarrollado y capaz de generar más oportunidades e integrar más población a las clases medias en todos los territorios. En este escenario, la generación de riqueza debería estar acompañada por la creación de deuda pública para garantizar un Estado Global de Bienestar para cubrir desequilibrios. Sin embargo, el verdadero problema, en mi opinión, surge cuando se trata de regular y burocratizar toda la economía y dejan de aplicar las reglas de mercado, es entonces cuando se antepone la creación de deuda a la creación de riqueza, cuando el orden debería ser el contrario.
Quizás ésta es una de las razones o motivos fundamentales por los que en las economías de mercado tiene cada vez menos importancia la esencia del término productividad.