En estos calurosos días del año, previos a la trashumancia vacacional propia de estas tórridas tierras del interior de la Península Ibérica en busca de costas y montañas más frescas, se multiplica la organización de eventos, gracias a los cuales he podido asistir a conferencias de historiadores y filósofos, porque, como muchos creemos, hay vida más allá de la Cuenta de Resultados. Estas ponencias sirven para obtener una visión más humanística con la que afrontar una inestable coyuntura en la que no estamos viviendo una época de cambios, como algunos piensan, sino un cambio de época, acertada expresión adjudicada a Leonardo da Vinci en un Renacimiento en plena transformación.
Los pueblos del siglo XXI no han sufrido la tragedia de 2 devastadores conflictos mundiales, o de una guerra civil como es nuestro caso, pero viven instalados en el miedo por el progresivo cambio en la hegemonía de las potencias mundiales; la irrupción tecnológica cuyo máximo exponente es la Inteligencia Artificial; la pérdida del paraíso comunista cuyos creyentes progresistas abrazan ahora la doctrina woke; la prolongada decadencia de la Europa occidental; la virulencia de las crisis económicas como la de 2007; el estallido de pandemias de alcance global; la consolidación de una política, no basada en la responsabilidad y en los valores, sino en la postverdad, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales; o el afianzamiento de una clase social instalada en una distopía al canalizar su información exclusivamente a través de las redes sociales.
Las personas buscan atajos
Como consecuencia de esta zozobra, las personas buscan atajos, según destaca con acierto Jesús G. Maestro. “La gente quiere opio. Prefiere el parasitismo a la responsabilidad, el engaño a la verdad, la mentira al conocimiento, la pedagogía a la educación, el protagonismo a la discreción, la opinión a los hechos” y, cómo no, “prefiere el prejuicio al conocimiento crítico e independiente”. Más adelante señala: “vivimos en un mundo de creencias donde la verdad es la apariencia y lo que importa es la mentira“. No sé porqué, pero en esta última frase he visto reflejada la actual política española, dominada por gobernantes trileros y reincidentes corruptos inmunes a la vergüenza, propia y ajena.
A este intelectual español también le debemos la acertada reflexión de que “cuando quienes no trabajan y quienes no razonan tienen más derechos que tú para decidir sobre tus condiciones laborales y tus posibilidades de interpretación y de actuación legal, conviene que espabiles”, sentencia que enlaza con la histórica frase de Ayn Rand escrita hace ya casi 70 años: “cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”.
Reflexiones veraniegas en estos tórridos días que nos aislan de la circense actualidad política y de las noticias de una inestable economía subida a un mareante tiovivo.