El primer hotel de la familia Rothschild fuera de Francia, dentro de su cadena Edmond de Rothschild Heritage, se construyó en pleno corazón de La Rioja alavesa. La decisión no fue casualidad. Estuvo vinculada con el desembarco en esta célebre comarca vitivinícola de Vega Sicilia en alianza con Rothschild, como copropietarios de Bodegas Macán. Sus viñedos, al igual que otros pagos de la prestigiosa Remírez de Ganuza, tapizan las faldas de las lomas adyacentes, donde también se sitúan las instalaciones de Macán. La baronesa Ariane de Rothschild, que dirige el negocio hotelero y bodeguero de la familia, adquirió el Palacio de Samaniego en 2017, con idea de convertir la casa solariega en un reducto de paz de lujo discreto, en esta villa de tan sólo 500 habitantes.
No hay certeza histórica, pero se cree que el singular edificio fue mandando construir por el cura Diego López de Samaniego, un hombre rico que vivió desde 1606 a 1691. En el escudo, que se puede observar en la fachada principal, reza el lema Esta quevrara e mi fe no mudara (Esta quebrará pero mi fe no cambiará), en referencia a la espada que aparece rota en muchos escudos de la familia Samaniego.
En 1970 la Diputación Foral de Álava compra el palacio al obispado de Vitoria, y en 1984 lo restaura para frenar su estado de ruina. En 1995 lo cede al Ayuntamiento de Samaniego para su remodelación y explotación como uso hotelero. Cuando posteriormente en 2016 es descubierto por Ariane de Rothschild y adquirido en 2017, este edificio, catalogado como monumento histórico, no había perdido ni un ápice de esplendor.
La baronesa, de la mano de LVG Arquitecture y Vila Studio, acomete una obra en la que se respeta su fachada exterior y se profundiza en el diseño interior minimalista, al tiempo que confortable, lo que se logra con el uso de materiales naturales, como cuero y madera, y colores neutros como el ocre, marrón y beige; en un diálogo constante con el paraje de los alrededores.

Hotel de autor
Este establecimiento de autor, con 4 estrellas y sólo 9 habitaciones y suites, bautiza a cada una de las distintas estancias con el nombre de las variedades de uva de la comarca -merlot, viura, tempranillo, bobal, entre otras-. Decoradas de manera personal jugando con los colores que emulan el paso de las estaciones, resultan especialmente acogedoras por la mezcla de la sillería de sus muros, el uso de mobiliario de calidad y de fibras naturales y el toque de color que le otorgan, por un lado, las míticas mantas de Ezcaray y, por otro, la fabulosa muestra de objetos de adorno personal, como tocados y joyas étnicas de varias tribus del Amazonas y también piezas de Indonesia.
Entre sus espacios comunes, donde podemos disfrutar de un gimnasio testimonial, una pequeña piscina con jardín a varios niveles para relajarse o tomar un cóctel al atardecer y acogedores salones, sobresale su restaurante Tierra y Vino, en el que arte, gastronomía y cultura vitivinícola se entrelazan. No en vano, sus vitrinas acogen una apabullante muestra de jarrones de Murano, vasijas moldeadas por el ceramista Eric Astoul y cuadros del artista plástico Rene Galassi, perteneciente a la colección privada de Ariane de Rothschild. Además, las mesas del restaurantes se muestran desnudas para poder observar su belleza y la gran obra de ensamblaje de las piezas geométricas de madera reciclada llevada a cabo por el artista Mathisse Dalstein, por encargo personal de la baronesa.
Cocina vasca de influencia francesa
En este entorno acogedor rodeado de obras de arte de gran factura y colorido, se puede saborear una cocina vasca con influencia francesa, con producto local, como la espléndida huerta riojana, pero también con pescados de la próxima cornisa cantábrica. La propuesta sofisticada del chef Bruno Coelho plantea una oferta gastronómica de buen nivel, que se puede degustar en forma de menú cerrado, pero también a la carta, eligiendo diferentes especialidades, como Colmenillas y senderillas con huevo trufado, Alcachofa con Manita a la Sainte-Menehould (al estilo de una localidad francesa), Cabracho al pil pil de almendra y guisantes y Pato en texturas con coliflor. En los postres, contrasta la propuesta Cítricos, jengibre y pistacho, con la Tartaleta de chocolate con avellana. En carta de vinos, destacan los caldos de proximidad y los de la familia Rothschild en distintas partes del mundo, además de una muestra interesante de referencias francesas y champagnes.
Si quiere ausentarse de este reducto de paz, una buena opción es realizar alguna ruta de senderismo para disfrutar de la naturaleza y las viñas circundantes, darse un paseo por el coqueto pueblo de Samaniego o visitar algunas de las prestigiosas bodegas de la zona. Una de las más interesantes es la de Remírez de Ganuza, por la calidad de sus caldos y la curiosa historia de la bodega, puesta en marcha en su día por un neófito como Fernando Remírez de Ganuza, que se inició en este oficio sin conocerlo tras vender su carnicería y dedicarse a la compraventa de viñedos. Sin embargo, revolucionó la forma de vinificar en La Rioja. Un hombre de gran personalidad, admirado en el mundo del vino. Cuando visitas la bodega, entre otras anécdotas, se jactan de que fue el propio Fernando el que intercedió a favor de Vega Sicilia para que se instalara en estos lares, con la compra en secreto de tierras a su nombre cuando en realidad iban a ser para la bodega vallisoletana, para evitar así que le subieran el precio de los afamados viñedos porque Fernando quería tener como vecinos a bodegas de prestigio mundial como Vega Sicilia y Rothschild.