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Maldita incertidumbre

Por: Carlos Martín Tobalina, viceconsejero de Economía y Competitividad de la Junta de Castilla y León
Carlos Martín Tobalina, viceconsejero de Economía y Competitividad de la Junta de Castilla y León.
Carlos Martín Tobalina, viceconsejero de Economía y Competitividad de la Junta de Castilla y León.

Semana tras semana se van agregando más variables que afectan al ya de por sí complejísimo tablero de condiciones geopolíticas que condicionan la economía y su deriva contemporánea.

Si se dan una vuelta por los distintos opinadores del espectro económico de todas las tendencias, desde los más tecnócratas a los más liberales, pasando por los conservadores hasta los socialdemócratas, desde los más oficialistas a los más disruptivos, desde los más mediáticos a aquellos que escapan de posiciones tradicionales o cómodas, observarán que ninguno se atreve a dar un pronóstico decidido sobre la deriva del ciclo económico. Sin embargo, en todos ellos prevalece un argumento esencial que comparto con ustedes, un argumento que cada vez va a ser más común en cualquier análisis económico: la incertidumbre propia de un escenario extraordinariamente complejo desde una perspectiva geopolítica y macroeconómica.

La incertidumbre es ese silencioso agente enemigo de las previsiones económicas al que acudimos siempre que no somos capaces de vislumbrar con cierta claridad la perspectiva cortoplacista que se nos presenta por un escenario al que hemos llegado después de un ciclo económico que está claro que va llamando a su fin.

Asistimos al establecimiento de un Nuevo Orden Mundial (New World Order) desde un plano esencialmente geopolítico, energético, financiero y comercial que va a derivar (que está derivando) en una nueva arquitectura socioeconómica mundial.

Desde una perspectiva poco reflexiva puede parecernos que muchos de los acontecimientos que se han venido precipitando en los últimos tiempos, tensiones bélicas, inflación, crisis energética, crisis de deuda, ralentización económica y crisis o turbulencias financieras, deben su existencia al simple devenir de estos hechos sin que tenga que existir ninguna hipótesis de causalidad o vínculo alguno entre ellos. Sin embargo, cada vez somos más los que tendemos a pensar que todo el desarrollo de acontecimientos al que asistimos y que desembocará en un nuevo orden mundial tiene un común denominador. Para ser más exacto, el proceso que vivimos está dirigido por intereses, unos más confesables que otros, que van configurando un nuevo escenario que nos va a afectar hasta un extremo que no podemos llegar a dimensionar desde el punto de vista económico, ahí es precisamente donde entra el comodín de la incertidumbre. Si a todo este proceso lo aderezamos con la tendencia oficialista a revestir toda esta realidad con una suerte de relatos, algunos de ellos realmente ofensivos para la inteligencia humana, tenemos un puzle muy difícil de digerir.

Origen

La crisis financiera desatada entre el 2008 y el 2012 destapó algunos de los más perversos y falaces hábitos especulativos de un sistema financiero desprovisto hasta entonces de los más básicos sistemas de control de valoración de activos financieros, o para ser más correctos, provisto de un procedimiento tramposo de valoración y estimación de activos financieros que llevó a la quiebra a una parte muy importante del sistema financiero occidental, empezando por el norteamericano, origen de todo este desastre. Para mayor abundamiento sobre este tema, les recomiendo tres películas a las que seguro pueden acudir en algunas de sus plataformas de referencia y que ilustran todo este desastre, The Big Short (La gran apuesta), Margin Call y Too Big to fail.

Desde entonces, especialmente los sectores financieros y productivos han tenido que aprender y aplicar a su operativa diaria procedimientos y protocolos más garantistas en la valoración de sus activos y en los mercados crediticios.

La crisis financiera generó una corrección de valoraciones y un colapso en la economía con el consiguiente movimiento de concentración de empresas y entidades financieras. El cambio en el modelo económico sustentado por un sistema financiero occidental en el que cada vez hay mayor vinculación entre papel de los Bancos Centrales y las entidades financieras (dos caras de una misma moneda para estos fines), en el que la política monetaria y la política fiscal han venido sirviendo al mismo fin de expansión monetaria, no ha permitido que el proceso iniciado con la crisis financiera anterior desemboque de forma natural en una catarsis del mercado del crédito y en la racionalización de la deuda.

Lejos de este necesario proceso, la política monetaria y fiscal de la economía occidental siguió impulsando el modelo expansivo con bajísimos tipos de interés y confiando en la capacidad de una economía (cada vez más sujeta a tensiones geopolíticas) para endeudarse casi perpetuamente en la confianza de que el modelo económico de muy bajos tipos de interés y barra libre de emisión monetaria que pasa a formar parte de una deuda global cada vez más mastodóntica, seguiría vigente y al margen de la variable que ha descontrolado cualquier previsión: la inflación.

Desde esta perspectiva, estaríamos, por tanto, asistiendo a una fase más avanzada de la crisis del 2008 que no se cerró del todo permaneciendo aún determinados riesgos financieros latentes que vuelven a aflorar cuando dicho mercado se tensiona por diversas causas, una fase en la que la deuda acumulada por estados y corporaciones va a ir condicionando, tarde o temprano, los efectos de una posible fase de ‘crisis de deuda’ desatada por un proceso de incremento de tipos y una deuda global muy relevante.

Finalizada (en falso) la crisis financiera de 2008-2012, la Banca Central internacional, especialmente los bloques occidentales emisores de dólares y euros, han seguido vinculando su política monetaria y fiscal a paradigmas expansivos confiando en controlar la inexistencia del fenómeno inflacionista y apelando a la deuda como base del crecimiento de las economías.

En este contexto, llegamos a finales del 2019 con la economía dando primeros signos de agotamiento, cuando la pandemia del Covid impulsa una política monetaria aún más expansiva en el intento de sujetar artificialmente la actividad congelada por motivos sanitarios. Esta política causó en un cortísimo plazo (finales del 2020 y año 2021) varios efectos.

Por un lado, asistimos a un embalsamiento de liquidez en las economías corporativas y domésticas que absorbieron parte de ese riego monetario propiciado por los Bancos Centrales emisores de dólares y euros. Por otro lado, se aprovechó la coyuntura para seguir engrosando la masa monetaria titularizada en distintos paquetes y productos financieros vinculados a deuda aprovechando los bajos intereses de la misma tanto en corporaciones como en Estados. En un intento por preservar el trabajo en remoto para no congelar la actividad, se impulsó o fomentó el teletrabajo en aquellas actividades que se podían sujetar a este servicio con lo que ha venido suponiendo posteriormente de afección al mercado inmobiliario que veía amenazada su rentabilidad (especialmente en EE UU y también en la UE). En EE UU se dieron a la vez fenómenos como el de la gran renuncia (the big quit), proceso de desmotivación de la oferta de trabajo por reingresar en el mercado laboral por la falta de incentivos, por el efecto de segunda ronda del dinero helicóptero con el que la administración Trump regó el sistema laboral norteamericano y por cuestiones sanitarias. Este fenómeno, en menor medida también se ha venido dando en la UE.

Toda esta coyuntura, levantaba a finales del año 2021 la sospecha más que fundada de un proceso inflacionario global por el exceso de liquidez en el mercado, la imposibilidad de regularizar la oferta con la demanda por problemas logísticos y de abastecimiento de materias primas y de productos de más valor añadido (semiconductores), y las presiones por el control y desarrollo del mercado energético internacional. El relato más oficialista y simple, venía sosteniendo entonces que, primero, no había tal inflación, luego, que, de haberla, era coyuntural, para finalmente, culpar a tristes acontecimientos como la guerra de Ucrania de todo este proceso inflacionista.

Conflictos bélicos

Pocos análisis oficialistas (por no decir que ninguno hasta la fecha) se han centrado en explicar las tensiones bélicas como consecuencia de una crisis del sistema económico más que como causa de la crisis económica. Sería recomendable en algún momento de esta evolución de ciclo económico analizar desde la prudencia, pero también desde la absoluta neutralidad que merece este cambio de orden mundial, que los factores a los que vengo haciendo alusión son vasos mucho más comunicantes de lo que se trata de explicar en la mayoría de los casos como hechos independientes.

En toda esta reflexión, no he hecho alusión (aún) al papel del otro gran bloque económico que viene conformándose como un agente fundamental en el proceso de reconfiguración internacional de nuevo orden mundial.

Con mayor o menor sintonía, los BRICs, conglomerado de países con gran potencial económico y en procesos desiguales pero firmes de desarrollo (Brasil, Rusia, China, India), emergen como bloque fundamental para entender todas estas tensiones económicas, sociales, bélicas, energéticas y financieras que estamos viviendo. Es más, por alguna razón, podemos llegar a pensar que son la principal causa de este cambio de orden mundial. Especialmente relevante es el papel que hoy en día juegan dentro de esta división en bloques económicos China y EE UU, las dos principales potencias económicas mundiales, una de ellas que lucha por mantener su liderazgo económico internacional y la otra emerge como nueva gran potencia tejiendo relaciones y acuerdos con otras economías que se perciben al otro lado de los bloques económicos (a este lado de los bloques económicos) como inquietantes. ¿Acaso no podría ser ésta la base de las tensiones bélico-económico-energético-financieras que vivimos hoy?

En todo este proceso, la UE vive en un más que preocupante languidecer de su importancia y potencial económico presa de los intereses de unos y otros, y por qué no decirlo, presa también de nuestra propia ausencia de hoja de ruta previsible sobre el papel que debemos jugar como bloque económico en el contexto global.

Las agitaciones bélicas son en primer lugar, un desastre y una tragedia humana de devastadoras consecuencias para las poblaciones de aquellos territorios que las sufren. Además, en el corto plazo provocan SIEMPRE procesos de tensión inflacionaria, especialmente relevante si los países afectados o involucrados en estas tensiones son países con peso en la producción, transformación y transporte de hidrocarburos. Este es precisamente el caso de las guerras que estamos sufriendo en estos tiempos tan convulsos. Oriente Próximo y la implicación posible del conflicto bélico árabe israelí por el ataque terrorista de Hamas a Israel y la respuesta bélica de este país en la franja de Gaza, puede perpetuar una guerra en la zona que afectará al precio del petróleo si como consecuencia de este conflicto, la oferta de oro negro sufre restricciones en su producción.

En este sentido, será clave el grado de la posible implicación de Irán en esta guerra. Este país tiene la llave para la salida a través de las vías de transporte marítimo de petróleo en el canal de Ormuz, en pleno Golfo Pérsico. Un recrudecimiento y ampliación de esta crisis bélica a países del Golfo Pérsico, especialmente Irán, podría afectar al comercio internacional del petróleo volviéndose a dar casos como la inflación que se sufrió en la guerra de Irak o anteriormente en la crisis del petróleo de los 70 derivada precisamente de las tensiones árabes israelíes tras la guerra del Yom Kippur en el año 73.

Hasta la fecha, el precio del barril se mantiene por debajo de los 100 dólares en un mercado. Las expectativas de subida inmediata del precio del barril tras la Guerra en Oriente Próximo se han visto condicionadas por el establecimiento de un proceso de ralentización internacional de la economía en los bloques occidentales y en China, que apunta a una ralentización de su actividad, lo que provoca una caída en la demanda del petróleo.

Tal y como comentaba anteriormente, será la posición de Irán la que pueda determinar la restricción de la oferta y la subida de precios. De momento, el país persa no da señales de una política restrictiva en el suministro de petróleo al mercado. A este factor habrá que sumarle también la posición del cartel de países petrolíferos (OPEP +) en los que tanto Arabia Saudí como Rusia van a seguir marcando las decisiones sobre los límites a la producción de petróleo para seguir fijando precios maximizando sus intereses económicos y geoestratégicos una vez que para el caso ruso, la guerra que inició hace más de año y medio con su invasión a territorio ucraniano, sigue enquistada y sin visos a corto plazo de un final deseable y deseado.

Estos factores seguirán presionando y tensionando el mercado de hidrocarburos desde el ámbito internacional.

Estados Unidos ha visto consumir una importante parte de sus recursos y reservas de petróleo en un intento de mantener los precios y de no lastrar su producción industrial. Por un lado, se ve forzado a seguir en esta coyuntura y a recuperar sus reservas petrolíferas por lo que anima la demanda de barriles de petróleo en el ámbito internacional. La Administración norteamericana está muy condicionada por las próximas elecciones del próximo año 24, por lo que no puede permitirse una subida exagerada del precio de la gasolina…

En este estado del arte nos encontramos desde un mundo más conectado de lo que podemos llegar a pensar y con un denominador común que amenaza la estabilidad y el crecimiento, la inflación en los bloques económicos occidentales, aquellos que -supuestamente- responden a criterios de libre mercado (aunque cada vez lo demuestren en menos ocasiones).

Inflación

Tal y como apuntábamos anteriormente, desde la segunda mitad del año 2021 las autoridades monetarias estadounidenses inician un discurso que apunta al endurecimiento de la política fiscal para luchar contra la inflación estructural que amenazaba el crecimiento en aquel bloque económico. Desde entonces, las subidas de los tipos de interés se han sucedido hasta en once (11) ocasiones consecutivas en menos de dos años, hecho éste inédito en la política fiscal contemporánea. Después de todo este proceso de alzas, llegamos a noviembre de 2023 y por primera vez en estos casi dos últimos años y la Reserva Federal decide mantener en sus últimas dos reuniones los tipos en el entorno del 5,25%-5,5%.

Cabe hacer varias reflexiones al respecto: los datos de EE UU sobre crecimiento y desempleo han venido apuntando en indicadores económicos a una posible ralentización de la economía estadounidense en los últimos meses (datos avanzados de PMI manufacturero y datos de inflación). Sin embargo, esos datos avanzados no llegan finalmente consolidar en cifras negativas de crecimiento y empleo. Muy al contrario, los datos de aquella gran economía avanzan un crecimiento anual acumulado de casi el 4,9% en el año 2023, y un empleo que crece, a menor vigor y velocidad que el pasado año, pero que en definitiva crece. En este escenario, cabría pensar que la Reserva Federal siguiera subiendo tipos para congelar el crédito y destruir la demanda en su cruzada contra la inflación.

¿Por qué no lo hace, por qué ha congelado los tipos la Reserva Federal? Por un lado, es posible que ese crecimiento sea artificial y esté motivado por fuerzas que difícilmente conseguirán una reducción de la inflación a corto plazo: EEUU ha impulsado un plan de gasto público (IRA, inflation reduction act) que compromete más de 400.000 millones de dólares en los próximos años en distintas materias tecnológicas y de lucha contra el cambio climático. Este ejercicio, a corto plazo crea expectativas de política monetaria expansionista, de más gasto público y a priori no parece que vaya a provocar una reducción de precios. A la vez se suben los tipos de interés durante todo el año 2022 (ahora se han congelado las subidas), pero, ¿pueden cohabitar políticas fiscales restrictivas con políticas monetarias expansivas? La respuesta es afirmativa, pero a costa de lastrar el crecimiento en la productividad y por tanto competitividad de la economía y en la creación de empleo basado en trabajos de valor añadido.

Además, se dan más factores en aquella economía que hacen si cabe más complejo el momento que vivimos: el ahorro doméstico y corporativo embalsado que se generó en la pandemia en EEUU ha venido fluyendo desde la época post pandémica hasta la fecha. Se estima que hasta la actualidad dicho ahorro se venido consumiendo (invirtiendo) en servicios y bienes de consumo principalmente ocupando un 50% de aquel ahorro embalsado. Es ahora cuando se empiezan a notar los efectos de la subida de los tipos de interés y una ralentización de la demanda. Los efectos de la subida de los tipos pueden afectar a la economía real a los 6-12 meses de esa subida, por tanto, la economía norteamericana estaría ahora sufriendo los devastadores efectos de la subida de tipos de hace al menos 1 año.

El problema es que se han seguido subiendo tipos desde entonces hasta hace un mes, lo que presumiblemente va a afectar al consumo en meses venideros. La autoridad norteamericana puede (y debe) conocer esta situación, de modo que la posible tentación de seguir subiendo tipos para detener el crédito en un momento de aparente crecimiento, se equilibra o queda atemperada con los efectos devastadores de 11 subidas consecutivas en menos de dos años lo que está afectando, y seguirán afectando, a la economía doméstica norteamericana.

El tercer factor que puede maquillar el crecimiento real de aquella economía es el tirón de la potente industria armamentística para alimentar los conflictos bélicos y la exportación de recursos energéticos como el gas licuado para compensar el veto al gas ruso. Y todo ello, a exactamente un año del 5 de noviembre de 2024, fecha de las elecciones presidenciales en EEUU.

Las previsiones sobre el comportamiento de la política fiscal del gigante norteamericano en relación a los tipos de interés no acaban de alinearse, pero parece muy plausible que de no haber grandes tensiones al alza de los precios energéticos y la inflación subyacente pueda seguir reduciendo su ritmo de crecimiento, a mediados del año 2024 los tipos de interés en EE UU inicien un descenso patrocinado por los intereses políticos de aquel país cuyo Gobierno intentará llegar a final de año con un relajamiento en las medidas de encarecimiento del crédito. No me negarán ustedes que el escenario es apasionante y muy tentador para aquellas tendencias políticas que tienden a manosear el devenir de un libre mercado.

La deuda global

Todo este escenario económico complejo, presidido por la presencia de una inflación estructural se ve amenazado por un volumen de deuda nunca visto en el gigante norteamericano, ni siquiera, en tiempos de guerras. Es en esa crítica situación, cuando afloraba la deuda de los Estados necesitados de políticas monetarias expansivas para la reconstrucción de los países. Pero no es éste el caso. La deuda se ha venido utilizando estos últimos tiempos para impulsar el crecimiento en la confianza (falsa confianza) de que este sistema podría perdurar con tipos muy bajos (incluso negativos). Pues bien, el sistema se ha dado la vuelta, y en la actualidad vivimos en un escenario de altos tipos, inflación aún no controlada y muy por encima del 2% comúnmente aceptado como inflación máxima aceptada a partir de la que conviene elevar los tipos, altísimo endeudamiento soberano y corporativo, y crecimiento cuestionable, todo ello en un marco internacional cada vez más inestable y menos pacífico en el que los grandes bloques económicos sientan las bases de un NUEVO ORDEN MUNDIAL en el que veremos políticas inéditas hasta la fecha sobre la regulación de los mercados financieros, el impulso a las monedas digitales, la competencia entre el dólar y el yuang con cobertura de activos como materias primas, todo ello bajo la amenaza de un conflicto de deuda.

Por mucho que nos empeñemos en denunciar esta deriva de la política monetaria internacional, al menos en los bloques occidentales, cada vez está más claro que aquellos tiempos en los que la base del crecimiento económico era el ahorro basado en el esfuerzo de las unidades productivas y domésticas a las que se les remuneraba ese esfuerzo desde el sistema financiero, han dado paso definitivamente a un sistema de deudocracia en el que se crea dinero de la nada desde los Estados que son los que convierten en gran parte esa creación de dinero en deuda adquirida por ellos mismos con la que propiciar un crecimiento ficticio y que termina por ser profundamente inflacionista.

Este proceso, lejos de ralentizarse, se acelera con la entrada del dinero digital en nuestro sistema financiero, mientras que el sistema anterior basado en el ahorro y en las monedas con cobertura o respaldo quedan para los más nostálgicos del sistema.

Situación en la Eurozona

En la UE, la situación no es ni mucho menos mejor. El bloque económico europeo comparte en gran medida muchas de las circunstancias que rodean el entorno que analizamos en el mercado de Estados Unidos. Presiones inflacionarias, engrosamiento de la deuda, alzas en los tipos de interés, inestabilidad en los mercados energéticos y un ciclo claramente recesivo en su economía con una guerra a las puertas de la UE. Sin embargo, existen claras diferencias y tendencias a uno y otro lado del Atlántico por las características de cada uno de estos bloques.

Los datos macro de la economía europea reflejan definitivamente una ralentización y una más que posible recesión a expensas de los datos del último trimestre. La evolución del PIB de la zona euro es del -0,1%. Si esta evolución siguiera siendo negativa en el cuarto trimestre, estaríamos técnicamente en recesión en nuestra zona de referencia.

Esta evolución está especialmente lastrada por el freno a la economía alemana, primer dinamizador de la economía europea que presenta una caída de su PIB interanual en el tercer trimestre del -0,4%. La evolución hace pensar que en el cuarto trimestre del año también presentará una caída en el PIB alemán lo que le llevará a una situación oficial de recesión (oficiosamente ya lo está desde hace varios trimestres).

Los indicadores avanzados de economía manufacturera y servicios (PMI) siguen apuntado a una evolución negativa en próximos meses. Por debajo de 50 puntos, este indicador proyecta ralentización y más a largo plazo, recesión. En zona Euro, estamos en 43 puntos de media y entre Alemania, Francia, Italia y España, las variaciones de PMI están entre los 40 y 47 puntos.

El escenario por tanto en la actividad manufacturera en Europa es de clara desaceleración y apuntando a una recesión próxima.

Este marco general de la economía de nuestro continente coincide con un estancamiento de la inflación en la órbita europea y una inflación subyacente (descontado efecto de precios de la energía y los alimentos no elaborados sobre la inflación) aún descontrolada, aunque reduciendo su crecimiento. En el último mes, la inflación subyacente se sitúa en el 4.2% la media de la eurozona y en el 5.2% en España, ambas lejos del 2% máximo al que antes hacíamos alusión.

Esta situación ha motivado que el BCE anuncie, casi en los mismos tiempos que la Reserva Federal de EE UU, una congelación del tipo de interés, eso sí, sin renunciar a futuras alzas en función del comportamiento de la economía. El paralelismo en la toma de decisiones entre las dos sedes centrales que rigen los designios de las políticas monetarias y fiscales de la zona euro y el dólar estadounidense se basa en la necesidad, sobre todo para la eurozona, de preservar la fortaleza de nuestra moneda. Un progresivo fortalecimiento en la relación dólar/euro de la moneda norteamericana frente a la europea debilitaría aún más nuestra ya lastrada competitividad y nos condenaría a importar (más aún) inflación desde el mercado de los EE UU.

El fortalecimiento del dólar se puede dar por muchas circunstancias y una de ellas es por la presencia y persistencia de conflictos bélicos lo que genera situaciones de estrés económica provocando que los mercados financieros internacionales busquen refugio en la moneda más solvente históricamente. Desde este punto de vista, de nuevo otra amenaza para la competitividad maltrecha de la UE desde la perspectiva fiscal y monetaria, ya que un fortalecimiento de la moneda norteamericana podría animar al BCE a volver al alza de tipos con lo que ello supone para las economías domésticas y corporativas…

En cuanto a la política monetaria de la eurozona, nos encontramos en una disyuntiva que agrega más incertidumbre a nuestras cifras macroeconómicas, por un lado, estamos inmersos en la gestión y certificación de los fondos que con motivo de la pandemia de emitieron desde el año 2020 para profundizar en la modernización de la economía europea y las reformas estructurales necesarias.

Este proceso, por la natural casuística europea muy condicionada por la burocracia de nuestro sistema se ha venido alargando en todos los países miembros (España está muy lejos de ser una excepción en este sentido) y es a partir de los años 2022 y 2023 cuando se empiezan a certificar estos fondos en forma de subvenciones y ayudas financieras en una cantidad que suma más de 750.000 millones de euros entre los años 2021 y 2026 para toda la Eurozona (unos 140.000 millones de euros para España).

Este proceso de emisión de fondos cubiertos con garantía de la UE (por primera vez) empezará a cohabitar desde el año 2024 con la aplicación de reglas fiscales de déficit que se están negociando en estas fechas. Más ajuste en el gasto y más presión fiscal a la vista para los países de la zona euro a la vez que se deben ejecutar las ayudas del plan Next Generation, y todo ello con tipos de interés congelados, pero en un nivel inusualmente altos para con ello congelar el crédito y reducir la inflación. Es decir, por un lado, un proceso monetario expansivo e inflacionario, y por otro lado una política fiscal restrictiva que busca congelar la economía para volver a la ortodoxia de niveles de inflación más bajos y asequibles. ¿Pueden convivir? La respuesta, al igual que en el caso de EE UU es afirmativa, pero de nuevo, a costa de la competitividad y productividad de la economía de nuestro bloque económico.

La ambigüedad del BCE congelando los tipos de interés, pero avisando que sigue muy presente en su agenda la posibilidad de futuras alzas, responde a la incertidumbre (de nuevo maldita incertidumbre) sobre la evolución de una serie de variables y singularidades que afectan a la Eurozona: por un lado, la UE sigue discutiendo sobre el marco adecuado de funcionamiento del mercado energético. El cacareado relato oficialista de hiperdependencia única del mercado europeo sobre las renovables se va derrumbando según avanza el curso de los acontecimientos en el que Alemania, principal motor de la economía europea, ha visto fracasar por completo su apuesta por el gas ruso como única fuente energética convencional, renunciando a otros modelos tan o más eficiente que aquel, al margen de ideologías políticas. Alemania quema carbón, y la UE reconsidera su política nuclear motivada por la presión francesa, por la necesidad de encontrar fuentes energéticas sostenibles EN EL PRECIO, y por el convencimiento de que el modelo que se trata de implementar simplemente no es posible en una actualidad lastrada por una recesión económica europea en puertas.

Por otro lado, la guerra en Ucrania sigue lamentablemente viva, después de la invasión rusa de parte de su territorio. Esta tragedia sigue lastrando cualquier escenario de certidumbre sobre el marco energético europeo que, de nuevo, aparece como el bloque económico más perjudicado por esta guerra y las medidas de bloqueo que ha venido tomando para hacer frente a la amenaza y agresión rusa.

Por tanto, el freno al alza de tipos en la UE no se hace únicamente por la ralentización en los datos de una inflación aún lejos de estar controlada, estas decisiones se toman en virtud de una serie de factores entre los que contamos con el efecto que sobre el endeudamiento de Estados y corporaciones puede tener una política fiscal con tipos altos.

Las consecuencias de este escenario en el marco financiero de la UE no difieren mucho de lo que pueda pasar o estar pasando en EE UU. Sin embargo, el sistema financiero europeo goza quizás de un marco más seguro y garantista sobre los depósitos. El problema puede llegar en forma de devaluación de determinados activos (bonos) y otros productos financieros que ven cómo sus valoraciones están por encima de los precios reales una vez que, al subir los tipos de interés, bajan los precios de esos bonos. Este hecho, que ha provocado ya varias quiebras financieras en EE UU a lo largo del 2023, se ha visto reflejado en Europa en casos como el de Credit Suisse. Siendo éste un proceso algo complejo de explicar y que merecería de un artículo sólo para ello, quedémonos con que, en Europa, España incluía, veremos casos crisis de entidades financieras disfrazadas de procesos de concentración de éstas, todo ello, mientras sigue amenazante el escenario de crisis global de deuda al que aludía anteriormente.

En mi humilde opinión, y a riesgo de equivocar este análisis, creo que tanto las autoridades monetarias europeas como las estadounidenses tardaron demasiado en iniciar una escalada de tipos de interés, dejando así que la inflación se descontrolara, del mismo modo que están tardando demasiado en iniciar el descenso de esos tipos de interés con la excusa de que aún no han conseguido congelar en la medida prevista el mercado crediticio para impulsar la bajada de precios, cuando por otro lado, estas autoridades son plenamente conscientes de que esa recesión se está ocultando o maquillando con más gasto público. En definitiva, se sigue pervirtiendo el mercado con políticas expansivas cuando ese momento ha tocado a su fin. El mantener tipos de interés altos sólo va a degradar más la caída de las economías europea y norteamericana conforme ambos sistemas económicos vayan asumiendo y absorbiendo esas tasas de interés tan altas. Afortunadamente, en España aún no se percibe un efecto directo sobre la pérdida de empleo si bien los datos comienzan a mostrar una ralentización en el dinamismo del mercado laboral español.

Los efectos en la automoción europea

En este marco europeo, no es sorprendente ver cómo los principales sectores industriales y corporaciones pertenecientes a industrias como la automoción van retrasando sus proyectos más vinculados a las nuevas tendencias de movilidad eléctrica por la ralentización en la demanda de estos vehículos. Las cifras del sector en facturación no se han visto tan afectadas como se podía esperar por el incremento en los precios de estos vehículos, eléctricos y/o híbridos, para proteger los márgenes de los constructores, que no de los proveedores, paganos de este proceso.

Se fabrican menos vehículos y se colocan en el mercado a precios más altos, lo que permite mantener niveles de facturación y márgenes a los constructores. Este proceso es más sensible y peligroso cuando la demanda en la adquisición de vehículos se pueda ver afectada por una crisis o recesión global europea. Si así fuera, la siguiente decisión que se tomará desde los fabricantes de vehículos podría afectar al empleo. De hecho, este proceso ya viene ocurriendo en algunos de los fabricantes europeos. La fábrica de Landaben en Navarra ya ha anunciado la disminución de 400 personas en la plantilla, Stellantis en Vigo y Figueruelas arrastran ERTEs durante todo el año 2023 y en nuestra comunidad autónoma, aún estamos en las plantas de Valladolid y Palencia de Renault lejos de las cifras de empleo y producción previstas para los planes industriales.

En todo este escenario, aparecen los vehículos de fabricación china cada vez más presentes en Europa y en algún caso (como en España) empezando a liderar cifras de venta en algún segmento.

Los fabricantes europeos protestan sobre esta situación, con razón, esperando que puedan adoptarse medidas correctoras de mercado por la propia UE. Por otro lado existe en el sector la convicción de que la UE no ha contribuido con su sobrerregulación a hacer la industria europea de la automoción mucho más competitiva.

El sector de la automoción en la UE es absolutamente consciente del proceso de reestructuración al que está abocado en próximos años por la ralentización de la economía y por la decisión sobre la necesaria transición hacia modelos de movilidad más sostenible. Este proceso transformará el sector productivo y a corto plazo afectará a miles de puestos de trabajo. La sobrerregulación sobre éste y otros sectores resta flexibilidad para adaptarse a estos cambios y pone en peligro una importante parte de las inversiones previstas para dicha transición.

Afortunadamente, la UE ha reaccionado a la deriva reguladora inflexible de la EURO 7 con un acuerdo favorable a la flexibilización de las medidas de emisión y su plazo de aplicación, algo por lo que hemos venido abogando desde todas las comunidades autónomas con presencia del sector de la automoción. Los riesgos de regulación europea no se han disipado para otros sectores como el de los camiones pesados y las emisiones tanto en combustión como en partículas de ruedas. Las rigideces e imposiciones de la EURO 7 afectarán, si no se cambia el paso, a este sector industrial con presencia en Castilla y León y en la Comunidad de Madrid, y al comercio de bienes de consumo en general en toda Europa, afectando de nuevo (qué raro…) a la inflación.

El papel de los BRICs

Entretanto, la evolución de los países BRICS antes mencionados discurre no exactamente de la misma manera que los dos bloques analizados hasta ahora. Si nos ceñimos al crecimiento, India se ha colocado como la quinta economía mundial en tamaño por su evolución de PIB. El pasado año ya sobrepasó en peso a la economía británica y su evolución y crecimiento es definitivamente alcista.

Rusia sigue inmersa en sus contradicciones como mercado afectado por bloqueos internacionales por su agresión militar a Ucrania. La respuesta europea en forma de medidas de bloqueo o sanciones se ha venido convirtiendo en no pocas ocasiones en un efecto boomerang que ha perjudicado a la economía de la eurozona de forma grave, especialmente en lo que afecta a los mercados de hidrocarburos, los cuales, sospechosamente acaban llegando a los mercados europeos después de haber sufrido una transformación en mercados intermedios, como la India, que adopta la figura de intermediario con Rusia con los márgenes que ello conlleva.

Rusia ha sufrido una ralentización en su economía del 2,1% en el año 2022, fruto de las sanciones sobre su economía y en el proceso de cambio de destino de sus productos más demandados en el exterior como los hidrocarburos. En relación con la evolución de la economía rusa en el año 23, hay una falta de claridad en las previsiones que no debe sorprender. Las informaciones más oficialistas de aquel país hablan de crecimiento en torno al 2,5%, mientras que las hipótesis que analizan la tendencia de ese país desde medios occidentales sitúan la evolución de la economía rusa en un descenso del 1% de su PIB aproximadamente. Lo que está claro, es que la economía rusa sigue adaptando su actividad productiva y exportadora hacia nuevos mercados que considera estratégicos de cara a su futuro, especialmente el mercado chino.

China viene en una evolución de crecimiento menor de lo previsto desde la salida de su pandemia. Por un lado, debe coexistir con un mercado interior con serias tensiones y con sectores como el inmobiliario en pleno proceso de ajuste de su deuda. Por otro lado, su comercio internacional se resiente en gran parte por la crisis ya acusada en sus clientes occidentales. Aun así, los últimos datos de aquella gran potencia económica hablan de un crecimiento del entorno del 5% en el año 2023. A la vez, el gigante asiático avanza hacia la construcción de una gran alianza comercial internacional con la construcción desde el punto de vista logístico, industrial, comercial y financiero de un nuevo sistema con el que aspira a liderar el bloque económico global a través de su nueva ruta de la seda. Para ello, se ha venido afanando los últimos años en construir alianzas y controlar los mercados de capitales y materias primas en países en vías de desarrollo en África y algunas zonas de Sudamérica con objeto de blindar su firme decisión de controlar el sistema productivo de los próximos lustros. Los pasos que viene dando son inequívocos en la creación de un nuevo sistema financiero, el avance en la tecnología, el control de materias primas y capitales, y el control de una parte muy importante de la deuda global.

Nuevo orden mundial

Este es, sin lugar a duda, el gran común denominador que puede explicar de lo general a lo particular desde una perspectiva muy deductiva, gran parte de los conflictos que estamos viviendo y sufriendo en la actualidad. El nuevo orden mundial se va configurando de esta manera y sin vuelta atrás. Un orden en el que los BRICs tratarán de defender un sistema de comercio condicionado a una nueva moneda que sea capaz de competir con el dólar y que afecte de forma decisiva sobre la transición financiera que estamos viviendo.

Un nuevo orden mundial cuyas principales potencias harán pivotar el sistema económico en función de sus intereses y de acuerdo con un nuevo sistema financiero presidido por la progresiva desaparición del efectivo para impulsar las monedas digitales con lo que los estados y grandes corporaciones ganarán más control sobre todos los agentes económicos, donde la deuda se convierte en el principal peligro de la economía y a la vez en el principal instrumento para controlar a determinados territorios, un nuevo orden más condicionado en su comercio internacional por las tensiones de base entre los dos gigantes económicos que luchan por controlar el comercio internacional, un nuevo orden en el que la energía jugará un papel crítico en el impulso a las nuevas energías renovables como pretendidas catalizadoras de la evolución de la industria y el consumo hacia un concepto de sostenibilidad medioambiental que lucha por adaptar este término al de la necesaria sostenibilidad económica de un modelo que está aún muy lejos de ser una alternativa a las energías más convencionales.

Para conseguir y consolidar todos estos cambios, es necesario, o conveniente, la creación de un caos previo a la consolidación de un nuevo orden. Siempre ha ocurrido así a lo largo de la historia. La pregunta es si estaremos asistiendo a este proceso en estos momentos. Las tensiones bélicas no tienen porqué ser la causa de estos cambios, y sí la consecuencia de los mismos. Las guerras que se vienen sufriendo en este fatídico año 2023 tienen réplica también en las tensiones generadas en otras partes del mundo como el caso de Taiwan, donde las dos grandes potencias económicas amagan con desatar tensiones de las que no queremos oír hablar por los riesgos globales que entrañaría un conflicto de mayores dimensiones.

Demasiadas incógnitas, demasiada incertidumbre. Lo que sí que queda claro, es que asistimos a un momento histórico de coincidencia de acontecimientos y cambios de modelo que dará lugar a un nuevo sistema (orden) económico mundial sobre el que se construirá nuestro futuro.

De momento, los analistas más sesudos del panorama internacional discuten sobre la velocidad de la recesión global que se avecina, diferenciando entre dos modelos de desaceleración, una más pausada –soft landing (aterrizaje suave)- y otra más drástica y abrupta –hard landing (aterrizaje forzoso). Particularmente, creo que ya nos encontramos en el primer escenario y ahora contemplaremos si este aterrizaje se alarga y sigue siendo suave sin especial incidencia en el empleo, o bien determinadas coyunturas y acontecimientos nos llevan a una implosión del sistema más drástico.

En el caso del marco de la eurozona, podemos estar asistiendo a un proceso de ‘estanflación’ con tipos de interés relativamente altos para lo que hemos venido disfrutando los últimos años atrás, inflación sin controlar por encima del 2% en cualquier caso, y crecimiento plano. Estos procesos llevan a medio plazo a una afección sobre el empleo y un empobrecimiento de los territorios.

El nuevo orden económico mundial en vías de implementación atenderá todas estas singularidades que he venido relatando. Como decía en el inicio de este artículo, los acontecimientos que estamos viviendo tienen muchos más vínculos de lo que podemos llegar a pensar, o, dicho de otra manera, asistimos a una fase de la historia que desde la perspectiva económica va a cambiar profundamente el sistema en el que hemos venido funcionando en base a criterios e intereses territoriales, corporativos, financieros, energéticos de los principales bloques económicos que compiten por preservar su liderazgo.

El resultado de estas tensiones determinará el papel que puede llegar a jugar el marco de la eurozona dentro del contexto internacional. De todo este mallado tremendamente complejo de acontecimientos que he expuesto, lo que más puede llegar a preocupar en un futuro no lejano respecto a nuestra amada Europa no es tanto el papel que pueda llegar a desempeñar en el contexto internacional en un futuro próximo, lo más preocupante en mi opinión es el papel que ‘quiere’ ocupar la eurozona en este nuevo Orden Internacional. Lamentablemente en no pocas ocasiones no conseguimos tener un criterio distinguible y diferenciable en la hoja de ruta del desarrollo europeo. Si Europa no consigue abrirse a un modelo económico sostenible y real, lejos de quimeras más o menos idealistas que nos van a empobrecer, el riesgo de caer cada vez más en un papel insignificante es real.

Las incertidumbres no ayudan en este contexto, pero para combatir la incertidumbre, lo esencial es la determinación y claridad de un modelo de desarrollo económico que sea distinguible.

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