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La isla codiciada (I)

Por: Luisa Alcalde, socia fundadora de Castilla y León Económica
Su posición estratégica en la Ruta de la Seda y su riqueza en especias la convirtieron en objeto de deseo de portugueses, holandeses y británicos; y ahora Sri Lanka renace como destino turístico por su patrimonio, parques naturales, playas paradisíacas y diversidad cultural, étnica y religiosa
Templo de la cueva de Pidurangala en Sri Lanka.
Templo de la cueva de Pidurangala en Sri Lanka.

Sri Lanka fue deseada desde tiempos inmemoriales. No en vano, esa isla esmeralda, desmesuradamente fértil, en el Océano Índico, ha sido renombrada en innumerables ocasiones por pseudónimos como el Paraíso perdido o el Jardín en la tierra. Ya en la antigüedad, los navegantes árabes la llamaron Serendib, haciendo referencia a descubrir de manera casual algo muy hermoso, y el propio Marco Polo la calificó como la Isla más bella del mundo. Desde entonces, ha sido bautizada como Ceilán, Lanka, Lankadweepa, Simondou, Taprobane e incluso como la Lágrima de la India.

Conquistada durante los siglos XVI y XVIII por las grandes potencias coloniales, como portugueses, holandeses y británicos, Sri Lanka se convirtió en un enclave estratégico en la Ruta de las Especias, desde donde zarpaban los barcos, rumbo a Europa, con las bodegas rebosantes de apreciadas mercancías como canela, cardamomo, clavo, nuez moscada, pimienta, té, maderas nobles y piedras preciosas.

Sri Lanka cuenta con paradisíacas playas a lo largo de su extensa costa en el Índico.

Incluso hoy en día, la mítica Ceilán posee las riquezas suficientes para ser considera un verdadero paraíso. Con una biodiversidad apabullante, ofrece en 65.000 kilómetros cuadrados (un territorio similar al de Irlanda) una gran variedad geográfica, climática y natural más propia de un continente que de un archipiélago. Sus increíbles paisajes varían desde selvas pluviales con vertiginosas cascadas y cataratas, bosques de caoba, ébano y sándalo, en contraste con llanuras áridas, hasta mesetas salpicadas de lagos artificiales, arrozales, colinas alfombradas de campos de té, espesas junglas y playas de cocoteros, arena fina y agua turquesa.
Vestigios de una civilización milenaria, con templos de 2.000 años de antigüedad, budas de oro, árboles sagrados, joyas arqueológicas, 8 lugares declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco; más de una veintena de parques naturales, donde disfrutar de leopardos, elefantes, osos, cocodrilos y una avifauna única; ciudades coloniales, y un crisol de étnicas, culturas y religiones, conforman un país isleño que rezuma autenticidad. Y es que son precisamente sus habitantes el mayor tesoro de este lugar exótico, cuyo sonoro nombre nos evoca una tierra apacible y espiritual.

Carácter tranquilo y hospitalario

Cuesta entender el carácter tranquilo y hospitalario de sus gentes, que siempre regalan una sonrisa, tras su pasado histórico de invasiones y sus recientes sucesos de guerra civil, crisis y desastres naturales.

Aunque la arqueología data los primeros asentamientos humanos prehistóricos desde 125.000 a. C., es en los siglos IV y V cuando los emigrantes indoarios, de los que son descendientes los primeros cingaleses, comenzaron a llegar a la isla desde la India, y fundaron en las llanuras del Norte el reino de Anuradhapura, la primera capital Sri Lanka. El budismo, que había penetrado en el archipiélago con anterioridad, consiguió unificar a los cingaleses, a los que aportó un sentido de identidad común durante el reinado de Tissa, donde se forjó una estrecha relación entre el Estado y esta filosofía de vida.

Posteriormente, los cholas del sur de la India saquearon y destruyeron Anuradhapura y se establecieron en Polonnaruwa en el siglo X, segunda capital de la isla. Tras años de esplendor, la invasión de los pandyas trae consigo un período de violencia y sufrimiento, durante el cual la población comienza a migrar hacia el sur. En 1340 el reino cingalés se fragmentó en 2 principados rivales: Gampola y Dedigama. La falta de autoridad provocó que los cingaleses se desplazaran hacia la zona septentrional en busca de seguridad, mientras los tamiles, que practicaban el hinduismo, aprovecharon ese vacío de poder para tomar el control de la península de Jaffna y la zona norte de Anuradhapura, donde en el siglo XIII establecen un reino independiente. Entre estos 2 reinos se fue abriendo una brecha cada vez mayor, que también comprendía la religión y el idioma. El reino de Jaffna se expandió gradualmente hacia el sur, aunque su fuerza fue efímera. Con posterioridad, durante el siglo XV existieron 3 reinos en la isla: el tamil de Jaffna en el norte, el cingalés de Kandy, en las tierras altas, y el cingalés de Kotte.

Como el comercio fue siempre clave en la historia del archipiélago, los navegantes árabes se establecieron en sus costas desde los siglos VII y XV, lo que contribuyó a difundir el islam por todo el país.

La ruta de las especias

En el año 1505 llegó a la exótica isla una flota portuguesa en busca de la riqueza de especias de Sri Lanka, sobre todo la canela. Tras alcanzar una acuerdo comercial con el rey de Kotte, levantan un fuerte en Colombo y se extienden por casi toda la franja costera. Durante su dominio, que no alcanzó al reino de Kandy (tercera capital), llegaron los misioneros católicos y las primeras conversiones al cristianismo. Pero en el siglo XVII el rey Sandy Rajasinghe suscribe un acuerdo con los holandeses, a los que garantizaba el monopolio del comercio de las especias, a cambio de expulsar a los portugueses. Su dominio se extiende hasta la revolución francesa, que marcó la caída de los Países Bajos ante Francia, y en 1802 Sri Lanka se entregó a los ambiciosos británicos en virtud del Tratado de Amiens con Francia.

Durante la época colonial británica, se crearon plantaciones de caucho, coco y café, pronto sustituidas por té, y trajeron a Ceilán obreros tamiles procedentes de la India para trabajar en ellas. Para sosegar algunas revueltas teñidas de independentismo, los británicos permitieron su participación en determinados órganos de gobierno, y por otra parte, también hacia la población cingalesa del resto de la isla fueron realizando determinadas concesiones políticas; hasta que el 4 de febrero de 1948 Ceilán obtiene la independencia. Pero no será hasta 1972, cuando recupera su nombre primigenio de Sri Lanka, el venerable lugar.

De izquierda a derecha, Pagoda de Anuradhapura y templo hinduista de Mihintale, construido encima de una fortaleza portuguesa del siglo XV.

Los Tigres Tamiles

Su historia reciente tampoco ha sido sencilla. Gobiernos inestables, magnicidios, nacionalismo con aprobación de leyes controvertidas como el cingalés como única lengua oficial y el budismo como religión principal de la isla, lo que agrandan las tensiones entre norte (tamil) y sur (cingalés). En 1976 se forma el movimiento de liberación de los Tigres Tamiles, que luego evoluciona hacia la guerrilla. Un par de años más tarde, comienza un conflicto entre los militares y este movimiento revolucionario e independentista, que desemboca en una guerra de civil y étnica a partir de 1983, que se alarga durante más de 26 años hasta 2009. Con el país muy desgastado por un conflicto enquistado en el que perdieron la vida entre 80.000 y 100.000 personas, en 2004 llegó a las costas de Sri Lanka el tsunami más devastador conocido hasta la época, ocasionando 50.000 muertes del total de las 250.000 globales.

El mayor accidente ferroviario

Provocado por este mismo desastre natural, se produjo el mayor accidente ferroviario de la historia, cuando el mar engulló un tren en el que viajaban 1.200 personas con billete y al que se subieron para protegerse de la ola otras 500 personas.

Sri Lanka tampoco se libró de los atentados yihadistas, en este caso perpetrados en 2019 contra 3 templos cristianos y 5 hoteles de lujo en varias ciudades del país asiático, que dejaron 269 fallecidos y más de 500 heridos.

Los últimos sucesos están vinculados con la crisis económica y la subida de la gasolina, lo que desembocó en la toma de la residencia del presidente Gotabaya Rajapaksa por parte de miles de personas en julio de 2022. Estas revueltas forzaron la huida del mandatario a las Maldivas (a tan sólo una hora en avión) y a la celebración de elecciones generales, de las que se proclamó vencedor Ranil Wickremesinghe, quien dirigirá el país hasta 2024.

En la actualidad, Sri Lanka vive un período de relativa calma en el que intenta potenciar los sectores más pujantes en su economía, como son el textil y el cultivo del té, considerado el mejor del mundo, y sobre todo, el turismo, su mayor fuente de ingresos. Este último se va recuperando a buen ritmo, tras estos períodos de inestabilidad, pero aún es un país donde quizá uno de sus mayores atractivos, además de sus gentes, es la ausencia de un turismo masificado.

Pescadores salando peces en las playas de Negombo.

Negombo

La puerta de entrada natural al país es Colombo, su capital. Sin embargo, su visita la dejaremos para el final del periplo, porque nuestro viaje comienza en Negombo, una ciudad turística, a media hora del aeropuerto internacional Bandaranaike, con el mayor puerto mercante de Sri Lanka. Apodada la pequeña Roma, porque los portugueses edificaron iglesias y catedrales y conocida como el corazón de la Sri Lanka cristiana, Negombo cuenta con un amplio litoral de playas de arena fina y aguas turquesas. Los holandeses también dejaron su impronta en esta localidad costera, al convertirla en un importante centro comercial, gracias a la construcción de un canal por el que se transportaban las especias -sobre todo canela, que crecía profusamente en sus alrededores- desde el interior hacia la costa. Además de sus floridos santuarios católicos, merece la pena visitar el mercado de pescado y conocer la técnica del salazón. Sobre esterillas de fibra de coco, se extiende abierto o cerrado el pescado que previamente han salado para que se seque al sol durante varias horas. Sardinas, caballa, atún, raya y sulas se convierten en alfombras plateadas que brillan a la luz del atardecer, mientras la brisa del mar suaviza el intenso olor de los restos de los peces en descomposición que se disputan cuervos negros y garcetas blancas, como si de una partida de ajedrez en tablas se tratara.

Nuestro próximo destino nos llevará al triángulo histórico cultural que conforman las antiguas capitales de Sri Lanza, pero antes visitaremos otra de las maravillas de la Lágrima de la India: el Parque Nacional de Wilpattu. Con más de 1.000 kilómetros cuadrados, es la mayor reserva de Sri Lanka. Se caracteriza por cuencas naturales que se llenan de agua convirtiéndose en lagos. No es difícil ver elefantes, leopardos, osos, ciervos, cocodrilos y avifauna de humedal. Pero el esquivo felino se resiste durante casi todo el safari, al igual que el elefante, aunque sin embargo nos permite avistar búfalos, águilas, pavos reales, cocodrilos, y ya muy al final y a punto de perder la esperanza un leopardo de grandes dimensiones aparece sinuoso y espléndido para beber en una charca. El hechizo de la naturaleza continúa en cuanto se pone el sol, al regalarnos una serenata de jungla y algarabía en nuestra acampada nocturna en las proximidades del parque natural.

Con esta inyección de vida salvaje, dirigimos nuestros pasos a la que fue la primera capital de Sri Lanka, pero antes tendremos que sortear el arroz extendido en la mitad de la calzada para su secado. Una curiosa y habitual práctica que nos resulta simpática y cuyo cereal degustaremos a lo largo de todo el viaje mezclado con multitud de sabrosos y picantes currys, lo que constituye la dieta básica de la población de la isla.

Anuradhapura

Los jugosos arrozales se alargan durante kilómetros, tiñendo de verde nuestro horizonte hasta llegar al Templo de Aukana. Un buda de pie de 12 metros esculpido en roca es la estatua más intacta y majestuosa de Sri Lanka. Mandada construir por el rey Dhatusena en el siglo V, impone su tamaño y su figura sosegada de este Comedor de sol, tal como atestigua su nombre de Aukana. La ciudad santa y sagrada de Anuradhapura es Patrimonio de la Humanidad, fundada en 473 a. C. como capital de Sri Lanka durante más de 1.000 años, y fue redescubierta a principios del XIX por los británicos. Sus santuarios, palacios, monasterios y colosales figuras de Buda otorgan a la atmósfera un halo de misticismo, que se percibe durante todo el recorrido por esta ciudad mítica para el budismo. Conserva además el Sri Maha Bodhiya, árbol sagrado con 2.500 años de antigüedad, nacido de un esqueje de la higuera bajo la cual Buda recibió la iluminación, el vestigio más solemne para los peregrinos que acuden a este lugar santo. A pocos kilómetros se sitúa el templo de la roca de Mihintale. Este monte próximo a Anuradhapura es uno de los lugares más antiguos del culto budista. El ascenso a la cumbre, a través de una gran escalinata tallada en la roca, culmina en la estupa Maha Saya. Desde arriba confirmamos que la ascensión en una tarde tórrida de elevada humedad, ha merecido la pena. En la cumbre, se puede contemplar una impresionante vista de pájaro de cielos límpidos en contraste con el verde esmeralda de la vegetación.

Tricomale

Antes de dirigirnos a Polonnaruwa, nuestro periplo nos sorprende con un par de días de gozo y descanso en la idílicas playas de Tricomale. La capital de la provincia oriental de Sri Lanka es famosa por su gran puerto natural, uno de los mejores del mundo, donde los portugueses construyeron un fuerte en 1623, y donde posteriormente se erigió el templo de Koneswaram, uno de los lugares más sagrados de la isla para los hinduistas, que asombra tanto por su ubicación como por la existencia de una gigantesca estatua azul de Siva. Asistimos a un ritual sorprendente de una familia srilankesa afincada ahora en Canadá que ha venido hasta su lugar de origen para agradecer a su dios su buena situación actual en el país americano. El ambiente se llena de incienso y plegarias con la percusión de los tambores, una ceremonia singular rebosante de color y aroma, que se repite como letanía ancestral para acercase lo más posible al trance.

En este peregrinaje por tierras srilanquesas, tenemos un par de días de descanso en las paradisiacas playas de Nilaveli. Su arena blanca y aguas turquesas son una delicia para perderse en baños interminables, paseos vespertinos para ver el arte de la pesca cuando el sol brinda bellos ocasos o para practicar el snorkel en las inmediaciones de Pigeon Island. Se trata de una zona de arrecife de coral protegida, donde nos sumergimos durante una hora para jugar con los peces de colores, a cada cual más hermoso, de destellos fascinantes. El tiempo se detiene entre burbujas, la respiración se ralentiza y la sensación de paz y comunicación con la Naturaleza es plena.

Cuesta imaginar cómo debió golpear la ola gigante del tsunami de 2004 arrasándolo todo a su paso, porque las señales de su destrucción casi han desaparecido, excepto las muestras de pobreza de una zona muy afectada por la catástrofe natural, que se recupera poco a poco, intentando captar un turismo cada vez más atraído por este pequeño país del Sudeste asiático.

Desayuno con dulces típicos en la cima de Pindurangala.

Polonnaruwa

Continuamos travesía para encaminarnos a la segunda capital de la isla desde el siglo X al XIII, época de mayor esplendor, que se puede observar en sus templos, palacios, pagodas y monasterios. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, las ruinas de Polonnaruwa, en buen estado de conservación, se pueden considerar el punto culminante del Triángulo Cultural. Se recomiendan recorrer en bicicleta on en tuk tuk debido a que se encuentran diseminadas por una gran extensión. El palacio real, donde se pueden ver los restos de la sala de audiencias, el espléndido Vatadage que consagró la reliquia del diente de buda, el jardín de la isla, el Templo de Thuparama y el santuario de Gail Vihara, que alberga a 4 hermosos budas tallados a partir de un único bloque de granito, son algunas de las maravillas que acoge este complejo imprescindible de arte medieval.

Madrugamos mucho para ver amanecer desde la cima de Pindurangala. Durante la subida, una víbora sale a nuestro encuentro. El consejo de llevar calzado cerrado y pantalón largo era el adecuado. A medio camino, se sitúa el monetario de Kassapa con su principal atracción, un buda hecho de ladrillo, que percibimos en la obscuridad, pero que en el descenso refulgirá rojizo al sol. En la cúspide, la luz naranja de la aurora ilumina la extensa selva que rodea la roca y tiñe de color la naturaleza exuberante. La panorámica nos hipnotiza. El esfuerzo del ascenso además se ve recompensado con un desayuno compuesto de dulces típicos de la zona elaborados a base de coco y miel de coco, frutas tropicales y zumo. Deliciosos manjares diseminados sobre esterillas que disfrutamos sentados en la roca granítica viendo la feraz vegetación a nuestros pies. Un momento mágico para conservar en la retina.

Roca del León

El resto del día continúa con divertidas experiencias que van desde un placentero paseo en barca entre nenúfares, pasando por un jovial recorrido en tractor y una amena caminata por campos de cultivo de papaya, arroz y plátanos, que terminan en una visita a una casa típica donde una familia de campesinos nos enseñan el arte del manejo del coco y sus diferentes usos, como coco rallado para hacer la leche coco o las cuerdas para unir las palmeras que sirven para confeccionar el techo de la casa. La comida que degustamos tras la demostración de cómo elaborar unas lentejas rezuma autenticidad y tradición, con una cata de diversos currys de verduras, algunas desconocidas para nosotros.

Con la energía multiplicada por el potente sabor de las especias, escalamos hacia la Roca del León. Sigiriya, declarada también Patrimonio de la Humanidad, es una de la principales atracciones de Sri Lanka. Un tapón de magna endurecido de un volcán extingo dio lugar a un espectacular pilar de roca visible desde varios kilómetros a la redonda, en cuya cima el rey Kasyapa construyó en el siglo V una fortaleza inexpugnable para alejarse de la ira de su hermano, a quien había usurpado el trono después de matar a su padre. La ascensión se comenzaba por las fauces de un gigantesco león tallado en la roca, aprovechando el perfil del peñasco, del que en la actualidad sólo se conservan las garras. A mitad del escarpado camino de la cima, no apto para personas con vértigo, se puede disfrutar de unos magníficos frescos que incluyen damiselas exhibiendo su torso desnudo con profusión de joyas. En el complejo también se puede ver el Muro de los espejos, los jardines reales en la base de la roca y la Cueva de la Capucha de la Cobra.

Dambulla

No demasiado lejos de Sigiriya hay otra visita que resulta fascinante: los templos de las cuevas de Dambulla, cuyo origen se remonta a más de 2.000 años. El complejo está formado por varias cuevas-templos con incontables frescos y un conjunto de más de 150 estatuas de Buda en su interior. Sobrecoge recorrer este espacio con su luz tenue y atmósfera mística. Algunas de las esculturas más deslumbrantes son un buda en posición reclinada de 15 metros de longitud y otro recubierto de oro de 30 metros de altura. Al igual que Sigiriya, Dambulla fue declarado Patrimonio de la Humanidad.

De camino a Kandy, nos detenemos en un jardín de especias, para conocer su apabullante riqueza en condimentos, que le convirtieron en objeto del deseo de antiguos conquistadores. Un médico especialista en medicina ayurvédica nos imparte una clase magistral en plantas y arbustos.

Kandy

El triángulo cultural lo culmina Kandy, la segunda población más grande de Sri Lanka y sede de los reyes cingaleses hasta que los británicos se hicieron con el poder en 1815. Situada entre varias colinas, lagos y bosques que suavizan su clima, la ciudad se ha convertido en un importante centro de peregrinación gracias al Dalada Maligawa, imponente santuario donde se guarda celosamente la reliquia más sagrada del país, el diente de Buda. Construido en el siglo XVI, el templo original se ubicaba en el centro del recinto del palacio real y tiene diversas dependencias profusamente decoradas, pero quizá la más impactante sea el santuario principal, tanto por el servicio ritual que está impregnado de un halo de ceremonia favorecida por la percusión de los tamborileros, como por la multitud de fieles que acuden a rezar y hacer ofrendas de flores y comida, para poder ver de refilón el cofre dorado que contiene la reliquia sagrada.

Cuenta la leyenda que tras la incineración de Buda en la India en 543 antes de Cristo, sus restos se dividieron en 8 partes que se donaron a 8 reinos, en los que se construyeron estupas para protegerlos. El diente llegó a Sri Lanka escondido en el cabello de una princesa procedente de Kalinga y pasó a lo largo de los siglos por las distintas capitales del país hasta llegar a Kandy en 1592, donde permanece desde entonces, aunque no hay constancia científica de su origen porque sus custodios se han negado a hacer la prueba del Carbono-14, para al menos datarlo en fecha. En honor a la reliquia de buda, se celebra en Kandy el festival Esala Perahera, uno de los encuentros culturales más impactantes de Asia. Con una duración de 10 días, consiste en procesiones en las que actúan bailarines, tamborileros y acróbatas, además de elefantes ataviados de forma espléndida.

En los alrededores de Kandy, también se pueden visitar otros templos de interés, pero es preciso dejar tiempo para acercase al Jardín botánico de Peradeniya con ejemplares de árboles únicos de gran exuberancia tropical y una zona dedicada a orquídeas con más de 300 especies diferentes; para pasear por el mercado de comida local con su vivaz colorido, su aroma peculiar a pescado seco, especias y frutas y sus estrepitosos sonidos, mezcla de las voces de los vendedores y la algarabía de los transeúntes; y deambular por las calles de una ciudad colonial del Sudeste asiático que atesora todo el sabor de un cóctel elaborado con caos, dinamismo, pobreza, vorágine, decadencia y efervescencia.

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