Dice Javier Reverte, escritor español especializado en literatura de viajes -que emuló el periplo de antiguos historiadores e intrépidos explotadores en busca del mito de las fuentes del Nilo y se topó directamente con los descendientes de la Reina de Saba y el Rey Salomón-, que los etíopes miran directo al corazón. Y es que su mirada orgullosa y digna denota el sentimiento de pueblo elegido. No sé si, como reza la leyenda, será el pueblo elegido por Dios, pero lo que sí es cierto es que Etiopía es un país único en el mundo, una rara avis dentro del continente africano. Empezando porque es el origen de la Humanidad, dado que en sus yacimientos se han encontrado los restos más antiguos de nuestros antepasados y siguiendo porque en su territorio norte, en Aksum, nació una de las grandes civilizaciones de la Antigüedad en la época del final del Antiguo Egipto, lo que lo convierten en uno de los pocos países con más de 3.000 años de historia.
Se trata además de la única nación africana cristiana rodeada de un mar islámico desde el siglo VII (de hecho fue la segunda del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial después de Armenia, antes incluso que Roma). Nunca fue colonizada por ninguna potencia extranjera, salvo el breve período de ocupación italiana de 1936 a 1941, que terminó con su expulsión.
Patrimonio de la Humanidad
Cuenta con 14 sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, entre los que destaca el complejo de iglesias monolíticas excavadas en roca de Lalibela (la imagen icónica que seguramente todos guardemos en la memoria cuando se menciona a Etiopía como atractivo turístico y que, tras las pirámides de Egipto, pueden ser los monumentos más sublimes del continente). Posee una geografía única, formada por altas montañas -no en vano se la conoce como el techo de África al contar con el 75% de las cumbres más elevadas del continente- y profundos valles que conforma el macizo de Rift que la atraviesa. Regada por las lluvias monzónicas que tiñen su paisaje de verde y donde nacen grandes ríos como el Nilo, que le dan el sobrenombre de la Torre del Agua de África, sin embargo también es castigada por pertinaces sequías.
Además, sus selvas del sur contrastan con los desiertos del este, donde se encuentra el volcán Erta Ale, uno de los lagos permanentes más bajos del mundo, por debajo del nivel del mar. Y no podemos terminar sin destacar entre sus singularidades su gran riqueza étnica y lingüística, con más de 80 lenguas diferentes y numerosas tribus que viven como hace cientos de años; y una cultura genuina influida por su ubicación en el Cuerno de África, con elementos árabes, helenísticos, indios y europeos.
Por todo lo señalado, los etíopes no esconden su orgullo, su altivez y miran a los blancos de tú a tú, escudriñando en tu interior y estableciendo un diálogo que revela dignidad, interés y seducción a partes iguales. Se trata de un pueblo con hambre de aprender y prosperar, que tiene alicientes suficientes para lograr la oportunidad del progreso, siempre que, como dice el historiador Mario Lozano Alonso, no se deje embaucar por la deriva nacionalista. Para un primer acercamiento a este gran país, que tiene una extensión similar a la de España y Francia juntas, una buena opción es comenzar por la zona norte y recorrerlo al menos durante una semana y luego dedicar otro tanto a su zona sur, donde destaca fundamentalmente la diversidad de sus tribus.
Lalibela
Los viajes por el norte de Etiopía tienen como principal atractivo a Lalibela. Es el gancho turístico por excelencia de la segunda nación más poblada de África, con 123 millones de habitantes, después de Nigeria. Y no es para menos, porque el complejo de iglesias monolíticas excavadas en roca es mayestático. Situada a 2.600 metros de altitud, la Jerusalén Negra y la antigua Roha es la más grandiosa de las 8 ciudades etíopes declaradas como Patrimonio de la Humanidad. Fue fundada a finales del S XII por la dinastía Zagüe para contrarrestar el progresivo avance del Islam que rodeaba a la capital imperial de Axum y como consecuencia de la ocupación de Jerusalén por las tropas de Saladino. Intentaron crear en una sola ciudad la nueva capital imperial y una nueva Tierra Santa, pues las peregrinaciones cristianas a Jerusalén se habían convertido en una aventura muy peligrosa. En Lalibela se construyeron 11 iglesias monolíticas, literalmente excavadas en la roca y divididas en 2 bloques separadas por imitaciones del Río Yordanos (Jordán) y los Montes Gólgota y Sinaí. Los 2 grupos de basílicas constituyen el Jerusalén terrenal y el celestial.
Arca de Noé
En este segundo grupo, destaca Bete Giorgis, que simboliza el Arca de Noé y fue construida en honor a San Jorge, patrón de Etiopía. Es la mejor conservada y la más sobresaliente y espectacular de todas, con su planta cruciforme que penetra en la roca. Mide 30 metros de altura y su forma es tan perfecta que no hacen falta columnas para sustentar el techo. Es la fotografía más famosa de Etiopía y en su interior conserva un precioso mural del siglo XVI de San Jorge con el dragón. Otro templo que también destaca es Biete Medhane Alem, tallada en un solo bloque, quizá la mayor iglesia monolítica del planeta. En su interior, sostenido por 38 pilares, se protege la Cruz de Lalibela, una joya procesional de 7 kilos de oro, que data del siglo XII. Aunque señalemos estas 2 iglesias, en todas ellas se puede disfrutar de exquisitas pinturas murales de influencia bizantina, manuscritos, bastones de oración y numerosas antigüedades, que custodian los monjes, que también ofician el culto en las fiestas que se rigen por el calendario Ge’ez -el principal usado en Etiopía-, con una duración de un año y 13 meses, 7 años y 8 meses por detrás del calendario occidental (debido a que se calcula el año de nacimiento de Jesucristo de manera diferente al católico).

Monasterios
Desde Lalibela, uno de los mayores centros de peregrinaje ortodoxos del país, se pueden hacer excursiones a varios monasterios, que también están excavados en roca en lugares bastante inaccesibles y que su mayor atractivo es el paisaje de verde deslumbrante, por el que transcurre su ascenso entre montañas y desfiladeros, que te trasladan a Suiza.
Considerada la octava maravilla del mundo, entristece observar cómo esta pobre ciudad de 42.000 habitantes, que hasta la pandemia del Covid vivía del turismo, ahora apenas subsiste de la limosna de los pocos visitantes que se atreven a viajar a esta zona del norte de Etiopía, próxima a Tigray, donde tras la subida al poder del actual primer ministro del país, Abiy Ahmed Ali, estalló un conflicto armado que enfrenta a las tropas del ejército federal con las guerrillas afines al Frente de Liberación Popular (FLPT), el partido nacionalista que manda en esta región, contrario al actual Gobierno.
Conflicto bélico
Considerado el conflicto más sangriento del siglo XXI, con más de 600.000 muertos y miles de desplazados desde que se inician las hostilidades en 2020, las últimas informaciones basadas en informes médicos han desvelado incluso delitos de lesa humanidad contra las mujeres y niñas de Tigray, para destruir la capacidad reproductiva de esta etnia, perpetrados en su mayoría por el Ejército eritreo, que en ese momento apoyaba al Gobierno etíope, pero también por la Fuerza de Defensa Nacional de Etiopía y por milicias afines.
Esta guerra civil encubierta, en una de las zonas más inestables y estratégicas del mundo, con bases militares de EE UU y China, ha convertido a Lalibela en una ciudad semifantasma, con escasas y decadentes infraestructuras turísticas, muchas de ellas abandonadas, y sin esperanzas de cambio a corto plazo. La única parte positiva es que, mientras en el resto del mundo el turismo de masas enturbia los lugares más hermosos del planeta, nosotros saboreamos esta joya de la humanidad prácticamente solos, tan sólo acompañados del algún que otro peregrino que acuden con sus túnicas impolutas, fieles a su cita con Dios. Y es que Etiopía es uno de los países más devotos, como lo atestiguan las 35.000 iglesias y monasterios que se conservan casi inalterables desde sus orígenes, lo que lo convierten en un auténtico museo de la cristiandad.
La Reina de Saba
Los ciudadanos de este país, que cabalga sobre sus mitos, están convencidos de que sus orígenes se remontan a la Reina de Saba, que ellos creen etíope y no del sur de Arabia, como defienden los historiadores. Para argumentarlo en el Kebra Nagast (Gloria de los reyes), una obra literaria etíope escrita en el idioma ge’ez en el siglo XIV, se recogen remotas leyendas transmitidas oralmente y en las que se describe la epopeya de la Reina de Saba y su viaje desde Aksum a Jerusalén para visitar al Rey Salomón y averiguar más sobre su supuesta sabiduría, alrededor del año 950 a.C. Tras ser seducida por el soberano más sabio de la antigüedad en su última noche de estancia, Makeda (la Reina de Saba), dio a luz a un hijo, Menelik (que significa hijo de los sabios). Convertido en un joven príncipe, a la edad de 20 años viajó a Jerusalén para conocer a su augusto padre. Salomón quería que se quedara y fuera su sucesor tras su muerte, pero aceptó el deseo del joven de irse a casa y lo envió de regreso con un contingente de israelitas, uno de los cuales robó el Arca de la Alianza y reemplazó el original con una falsificación. El Arca de la Alianza es la reliquia más sagrada del pueblo judío, donde se guardan las Tablas de la Ley entregadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí.
Cuando Menelik se enteró, decidió conservarla en Santa María de Sión en Aksum, creyendo que era la voluntad de Dios que se quedara en Etiopía, y para los cristianos ortodoxos del país sigue siendo sagrada y algo que todavía están dispuestos a proteger con sus vidas. De hecho hay una réplica de ella en cada iglesia de Etiopía y en la fiesta más importante de su calendario religioso, la Epifanía, celebrada el 19 de enero, es el único momento en que salen en procesión sus tabots, envueltos en coloridas telas, sin que nadie pueda verlos, excepto los monjes que los custodian.
La doctrina cristiana de la Iglesia Tewahedo de Etiopía, junto con otras iglesias antiguas orientales como la Iglesia Copta y la Iglesia Apostólica Armenia, representa la continuidad del cristianismo primitivo. La etíope se formó tras el cisma del cristianismo que produjo el Concilio de Calcedonia en el año 451 después de Cristo. Y la principal diferencia con la Iglesia Católica se basa en una teología miafisita, que sostiene una sola naturaleza en Cristo, dado que la humana se une y se absorbe en la divina. Otra gran divergencia es que la Iglesia Católica reconoce la autoridad del Papa como cabeza de la Iglesia, mientras que la ortodoxa considera su primacía como honorífica, sin autoridad jurisdiccional sobre los obispos.
El misionero español Pedro Páez
El único erudito que consiguió convencer a los etíopes, a través de sus dotes para la oratoria y su consistencia intelectual, fue el misionero jesuita español Pedro Páez a finales del siglo XVI, que llegó a aprender tanto el gue’ez, el idioma antiguo utilizado en los textos sagrados, como el amhárico, legua oficial, para ahondar más si cabe en sus argumentos contra creencias no sólo como el monofisismo, sino para rebatir otros errores como la circuncisión de ambos sexos, la observancia de la festividad del sábado, la prohibición de comer carne de cerdo (probablemente por esa influencia judía), la ceremonia del bautismo que los etíopes renuevan todos los años en la festividad de la Epifanía, la obligatoriedad de descalzarse en los templos y la poligamia.
Páez, al que se le consideró como el segundo apóstol de Etiopía, consiguió convertir al país al catolicismo, tras su misión en Abisinia durante casi 20 años, empezando por convencer a su emperador Za Denguel, pero sobre todo con su sucesor Susinios. La gesta de Páez apenas se le reconoce en nuestro país, aunque en aquella época fue crucial para los intereses de España, fusionada en un solo Estado con Portugal en tiempos de Felipe II, que apostó por la tarea evangelizadora de Etiopía para frenar al Islam, ampliar el Imperio de los Austrias, penetrar en África en busca de nuevas riquezas que llenasen las arcas y frenar la amenaza del Imperio Otomano, tal y como explica Javier Reverte en su libro Dios, el diablo y la aventura. Obra de gran interés del escritor en la que también destaca la figura del misionero, como el primer europeo en cruzar el enorme desierto de Rub al Khali, en avistar las fuentes del Nilo Azul en 1618 y en probar el café, originario de Etiopía, cuya ancestral ceremonia llena de parafernalia todavía se pude degustar en la Etiopía actual.
La solicitud de ayuda al reino de España por parte de Susinios para mantener la fe católica muy contestada por los sacerdotes ortodoxos etíopes nunca llegó y tras su muerte y la de Páez, el país se desestabilizó y regresaron a su antigua fe ortodoxa. El jesuita español también fue clave en la elección del emplazamiento de Gondar, el otro gran atractivo turístico del norte de Etiopía, pero esa historia la dejaremos para una próxima entrega.