A los pies de una ciudadela lusa del siglo XII

Por: Luisa Alcalde, socia fundadora de Castilla y León Económica
En una aldea de leyenda, la cuidada restauración de Casas do Coro transporta al huésped a la época de esplendor medieval de la histórica localidad portuguesa de Marialva
Casas do Coro
Piscina exterior de Casas do Coro con la torre homenaje del Castillo de Marialva al fondo.

En plena naturaleza y rindiendo pleitesía a una ciudadela del siglo XII, la detallista y encomiable restauración de Casas do Coro transporta al huésped a la época de esplendor de la histórica localidad portuguesa de Marialva. Con 12 mansiones que albergan 31 habitaciones con todas las comodidades propias del siglo XXI, este cuidado alojamiento rural ha devuelto la prestancia a esta pequeña aldea lusa de apenas 230 habitantes que en el pasado fue una de las villas históricas del país vecino, entre otras cosas, por la importancia de su fortaleza medieval.

Situada en el centro de Portugal, en el distrito de Guarda, el origen de Marialva se remonta al siglo VI a. C. fundada por los Túrdulos, para pasar a ser un enclave importante en la época de las romanos al encontrarse en una encrucijada de caminos. Otros moderadores de estas tierras fueron los visigodos y posteriormente los árabes, quien le dieron el nombre de Malva, hasta que fue reconquistada por Fernando Magno de Leao en 1063, quien la rebautizó como Marialva.

Vista del complejo hotelero desde la Iglesia de San Pedro.

Imponente castillo

Su imponente castillo da una idea de que fue una importante plaza de guerra, aunque a partir del siglo XVI entró en un período de decadencia que llega hasta nuestros días. Esa fortaleza situada en una gran ciudadela medieval, ambas en estado de semirruina, se puede visitar y recorrer el interior de sus murallas donde se encuentran los restos de alguno de los puntos más importantes de la administración de la antigua ciudad, como la Casa del Ayuntamiento, el pozo o la Casa de los Magistrados.

Además, también se puede contemplar la picota, Iglesia de Santiago, Iglesia del Señor de los Pasos y la torre del homenaje, desde la que se obtiene una vista panorámica de todo el valle, y de la que se cuenta una curiosa leyenda relacionada con el nombre de la localidad. Según esta fábula, en esta aldea vivía hace muchos años una doncella de la que se enamoró un joven noble. Éste, para ganarse sus favores, quiso regalarle unos zapatos, pero al no conocer su número se dejó aconsejar por el zapatero, quien le recomendó que a los pies de la cama echase un poco de harina para que ella al levantarse dejara el rastro de sus huellas. Para sorpresa del zapatero, la marca dejada por la doncella era la de unos pies de cabra. Pese al susto inicial, éste siguió con el encargo. La doncella al recibir el regalo se vio descubierta y no pudiendo soportarlo, se lanzó desde la torre del homenaje del castillo. La doncella se llamaba María Alva.

Muros de granito

Las Casas do Coro, que se extienden a lo largo de parte de los restos de la ciudadela, han restituido la alcurnia del origen noble de esta aldea. Sus muros de granito, algunas sobre grandes lanchas naturales de esta misma piedra, sus terrazas con vistas hacia la montaña o la dehesa, sus muebles de calidad y en algunos casos antiguos y su confortabilidad consiguen encandilar al huésped, para que disfrute del relax rodeado de naturaleza.

Esta relajación se ve potenciada, dado que algunas estancias cuentan con bañera de hidromasaje y chimenea; pero también puede uno regalarse un masaje, un tratamiento de belleza o un circuito de aguas en su coqueto spa, cuya sala de relax invita a la meditación, gracias a una preciosa estufa de hierro que cuelga del techo o a un piano de cola.

Restaurante

Otro de sus cuidados espacios comunes es el restaurante, con una decoración de estilo barroco, con profusión de candelabros que decoran las cenas y una gran chimenea de piedra que reconforta, al igual que sus cremas de verduras que suelen conformar los primeros platos de un menú cerrado, excesivamente caro para lo que ofrecen, que además se limita a un único primero, segundo y varios postres. Quizá los postres sean lo más sobresaliente, ya que se trata de varias tartas caseras, además de fruta. Otra pega es que la carta de vinos se circunscribe sólo a los caldos de su propia bodega, lo que impide disfrutar de otras opciones, igual o más atractivas que las de Casas do Coro.

Restaurante de Casas do Coro.

Con la llegada del buen tiempo, las cenas se trasladan al jardín próximo al comedor y cerca también de la preciosa piscina exterior con que cuenta el establecimiento, desde la que se pueden observar estrellados cielos, sin apenas contaminación lumínica. Los desayunos, de gran calidad, son en formato bufé, excepto los platos calientes, y ofrecen zumos naturales, fruta y fiambres, quesos y repostería local.

El restaurante cuenta con una decoración de estilo barroco.

El establecimiento cuenta asimismo con una tienda donde vende sobre todo vino propio, varios ajenos, y algunos productos de artesanía.
Casas do Coro también ofrece, además de un sinfín de actividades, desde cursos de cocina hasta paseos con bicicletas eléctricas, la posibilidad de realizar a partir de primavera una travesía por el cercano río Duero en una embarcación propia, con una parada para el almuerzo en una antigua caseta de línea férrea restaurada.

Una de las habitaciones del establecimiento.

Vinos del Douro


Y es que esta zona del Duero es digna de recorrer para deleitarse con la orografía del escarpado terreno y la manera de cultivar los viñedos en terrazas de las principales bodegas, tanto de los vinos del Douro, como de Oporto, que luego envejecen en la ciudad en la que desemboca uno de los ríos vitivinícolas más importantes del mundo. En este paisaje, salpicado de viñas, olivos, almendros y naranjos, se asientan algunas de las bodegas más importantes de esta zona, en concreto la que se conoce como la Vega Sicilia portuguesa, Quinta do Vale Meao, muy próxima a la localidad de Vila Nova de Foz Côa, donde es imprescindible acercarse al museo de arte rupestre y visitar después también el restaurante-cafetería con unas vistas panorámicas sobre un meandro del Duero. En este mismo pueblo, conocido como la capital de la almendra, se puede comprar este fruto seco y buen vino de la zona.

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