Pese a la lejanía del mar, a Toño Pérez le gusta practicar una cocina con profusión de mariscos y pescados sobre todo en su menú degustación más vanguardista, aunque no oculta su procedencia con el uso de productos típicamente cacereños como el cerdo ibérico o la torta del Casar en el Restaurante Atrio, laureado con 2 estrellas Michelin, que ocupa el espacio principal en torno a un patio interior de la planta baja del hotel homónimo, obra de los prestigiosos arquitectos Mansilla y Tuñón.
Las sopas frías de Pepino en ravioli con manzana verde, arenque y apio -refrescante en su aspecto clorofílico- y la interpretación del Bloody mary, granizado y -sublime- helado de cebolletas son sus platos más logrados por su aparente sencillez de sabores sutiles. Las ostras, una a la parrilla con vermú blanco y la otra, canalla, frita en papel de frutos rojos y kimchi, no emocionan al volverse barrocas sin necesidad.
En la reinterpretación del Ceviche de mero con semiesfera de fruta de la pasión se potencia la textura turgente del pescado pero se echa de menos el jugo alegre del aliño. Y llegamos al Carabinero, maíz y meloso de cerdo ibérico, donde el marisco y el porco compiten por armonizar sin lograrlo.
En el Salmonete destaca sobre todo el pesto de avellanas y calvados y el Solomillo de retinto en 2 pases, la presentación del plato que imita un cuadro de Tapies. En los postres sobresale el Chocolate, torrija con PX, 5 especias y sal de cayena, por el intenso sabor y su textura terrosa, que contrasta con el globo de trufa que se deshace en la boca. El servicio solícito y muy motivado, se excede a veces retirando el plato antes de terminar. La bodega, considerada una de las mejores de España que posee 350.000 botellas de 3.560 referencias, merece la pena verla, tanto por el bello espacio que ocupa a modo de círculos concéntricos de madera de roble, como por las joyas que atesora como el Chateaux D’Yquen 1806 valorado en 310.000 euros.